Álvaro Gartner


La semana pasada circuló una noticia según la cual, el Ingenio Riopaila pretendía patentar la panela, para hacerse a la propiedad de un alimento que da trabajo directo a cerca de 300.000 personas. Hay regiones colombianas enteras dedicadas a su elaboración, debe agregarse.
El lunes, a través del portal Colombiacheck.com se aclaró que la gestión no es de la empresa, sino un particular. Solo por simple casualidad, es miembro de la junta directiva y uno de los mayores accionistas del Grupo Riopaila Castilla. Para no dejar lugar a dudas, desde el ingenio vallecaucano difundieron un comunicado en el cual niegan ser parte del asunto y no tienen “vínculo jurídico o comercial” con el solicitante. Tal vez ni lo conocen…
Por su parte, éste advierte que el método de elaboración del cual pretende obtener exclusividad, no es el de la panela, si bien es “similar al de la panela”. Afirma que es invención suya y lo ha registrado dos veces en los Estados Unidos.
La cuestión es ambigua, por decir lo menos; y preocupante. Cuando Riopaila fue fundado en 1928, la panela era, desde hacía casi 400 años, alimento indispensable para los habitantes del Nuevo Mundo. Durante ese tiempo surgió del cultivo de la caña y la elaboración del dulce, un complejo y hermoso sistema cultural, que abarca desde el lenguaje y las creencias, hasta la música y la danza, que dan identidad a numerosas comunidades colombianas, algunas de las cuales caldenses.
Aunque se ha incorporado tecnología, sigue siendo artesanal, porque conserva su esencia. En cambio, la producción de azúcar es industrial y en lugar de ser fuente de cultura, provoca su extinción, a la cual podría estar abocado el mundo de la panela.
Esta sola posibilidad debería motivar la intervención del ministerio de Cultura, pero a la ministra no le interesa nada distinto de Buenaventura. Y si los colombianos fueran conscientes de su identidad, dejarían de comprar productos Riopaila, Castilla y Colombina en defensa de un valor colectivo. Es hora de preguntarse por qué el paisaje industrial cafetero es patrimonio de la Humanidad, mas no el paisaje artesanal panelero.
Por desgracia, no es el único caso: hace varios años, un gringo oportunista (no Trump) registró la palabra coca, para obtener regalías por su uso. Los taitas o sabios de la comunidad Nasa Kiwe o Páez del Cauca, debieron viajar a los EE.UU. a defender su cultura milenaria, de la cual hace parte la extracción de alimentos de esa planta.
Misma que ha sufrido los embates del Invima, entidad que ha tratado de impedir el comercio de galletas, té, ron, jabones, cremas y gaseosas derivados de la coca. El año pasado los prohibió la Corte Constitucional. Sin embargo, la Coca Cola tiene su aval implícito.
También en Caldas ha habido atropellos parecidos: en los años 1980, prohibieron a los campesinos que ofrecen sus viandas en la galería de Riosucio, empacarlas en hojas de bihao y de plátano, el envoltorio natural desde tiempos inmemoriales. Se les obligó a usar las contaminantes e insalubres bolsas de plástico. También, una detestable gerente peruana de la licorera departamental condicionó la publicidad de la entidad en el Carnaval riosuceño a la erradicación del guarapo, la bebida ritual de la ceremonia carnestoléndica.
Burócratas de todo pelambre y picapedreros de códigos sin calidad humana, indiferentes a su cultura e ignorantes de que primero es el hecho social y luego la ley, facilitan la conversión de patrimonios colectivos en fuentes de ingresos particulares, sean ingenios o sus dueños. Para el caso, da lo mismo. Sabiendo cómo funcionan aquí las cosas, será inevitable.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015