Álvaro Gartner


Se redujo a brasas la candelada que encendió la Ley 1874 de diciembre 27, que ordena de manera perentoria y con redacción ambigua, restablecer la enseñanza obligatoria de nuestra historia, “integrada en los lineamientos curriculares de las ciencias sociales, sin que se afecte el currículo e intensidad horaria en áreas de matemáticas, ciencia y lenguaje”. Una cátedra “residual”, según la ponente Vivian Morales.
Del proyecto se erigió en enemiga la entidad que debió respaldarlo, el Ministerio de Educación. A la ministra Yaneth Giha le dio culillo y envió a Mónica Ramírez Peñuela, responsable de una inexistente calidad educativa, a decir con sonoro e insulso palabrerío: “No va a volver la cátedra de historia, sino que se fortalecerá su enseñanza”, pues “queremos que a través de esta materia se fortalezca la competencia del pensamiento crítico”. ¿Cómo fortalecer lo que no se ha enseñado? Harán énfasis “en contenidos de memoria histórica” (?), “por ejemplo, cómo abordar la historia del conflicto”. ‘Tirofijo’ fundó a Colombia, creerá.
Se busca “contribuir a la formación de una identidad nacional que reconozca la diversidad étnica cultural”. Bastará con ver que hay personas de todos los colores y aceptarlas a todas como colombianas. ¿Qué hay de los procesos históricos que explican esos tonos y de las culturas que contienen? ¿Las unificarán a través de la salsa, el reguetón y el prócer Maluma?
Otra perla: “Cuando se enseña historia se deben tener en cuenta los componentes culturales”. ¿Se puede enseñar omitiéndolos? ¡Como para ‘despeñuela’ por la roca Tarpeya!
Mario Fernando Hurtado, experto en educación, suspiró derrotado: “Lo único que demuestra es la ignorancia del sector de la educación”. Añadió Adolfo Atehortúa, rector de la Universidad Pedagógica que se necesita “la oportunidad de enseñar nuestra historia para promover la construcción de identidad nacional”. ¿Carecemos de ella? Quienes estudian la historia demuestran lo contrario y no necesitan ‘construir memoria’, otra idiota frase oficial para posar de humanistas.
Razón tiene el historiador Víctor Zuluaga: “Gracias al olvido de la Historia tenemos diputadas a la Asamblea de Antioquia que de una manera olímpica dicen que invertir en el Chocó es algo así como echarle perfume a un excremento”. Hay más casos.
Colombia podría ser el único país donde se niega el conocimiento del pasado y se inculca que no hay memoria ni identidad. En cambio, en los EE.UU. todos los días hay una referencia a los ancestros y en Alemania es delito decir que no hubo holocausto. Aprenden por infusión unos y por ley otros…
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Coletilla 1: El domingo salió en este diario el reportaje ‘Riosucio, el pasado en presente’, que contiene dos frases que vale la pena comentar: “En este municipio se realiza el Carnaval del Diablo…”. No, el Carnaval de Riosucio no rinde culto al demonio; lo usa como símbolo de inspiración y reconciliación, y rey de burlas. ¿Si lo veneraran, sería saludado con ironías como: “Pero ¡qué observo, Luzbel! Te noto muy acabado, pálido, flaco, ojeroso, desteñido y extenuado…”?
La otra: “La arquitectura tradicional es de la colonización antioqueña”. Tampoco. Cuando a los antioqueños se les permitió establecerse en el casco urbano de Riosucio después de 1930, esas casas ya estaban allí. En este antiguo territorio caucano detestaban a los recién llegados y no los copiarían, si hubiera qué copiar, porque esa arquitectura no es antioqueña; es mestiza y más antigua. Se nota que el autor no recibió clases de historia…
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Coletilla 2: En su pasada columna, don Efraim Osorio, en uso de su patente de corso para regañar, afirmó que “la pronunciación folclórica [sic] y equivocada de la conjunción ‘sino’…”. Feliz, repitió: “Al folclorismo [sic] se debe también el uso equivocado de…”.
Solo quien desconoce el significado de la palabra ‘folclórico’ y lo que contiene, la usa como adjetivo descalificativo. Según el maestro Julián Bueno, “el folclor es la cultura empírica y tradicional propia de una sociedad”. Luego folclórico es un hecho que identifica a una sociedad. Pero en la jerga de los narradores deportivos y en los regaños de don Efra, es sinónimo de ‘ridículo’. Entonces, lo más representativo del alma del pueblo es ridículo. ¿O no, filólogo folclórico?
Y como sé que para responder espulgará buscando gazapos para desviar la atención, estoy preparado. ¡A la salida nos vemos!
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