Álvaro Gartner


Cada 31 de diciembre revive una creencia, mezcla de superstición, temor y esperanza: en el segundo mágico que va de las 23:59:59 del año viejo a las 00:00:00 del nuevo, lo malo queda atrás y se materializan los deseos. Como subsiste un “a lo mejor no”, se conjura con uvas, trigo, maletas, calzones, riegos, oraciones y un largo etcétera. Flota la enigmática pregunta: “¿Qué nos traerá este año?”. Con seguridad, otro almanaque.
A diferencia de muchos eneros, el actual llegó con otra certeza inevitable: la vigencia de la pandemia. Mentís a quienes siguen sin creer y aviso con carácter de alarma a quienes se ‘alzaron la bata’, para parrandear en tiempos otrora destinados a ello, hoy indebidos.
En una primera impresión, se pensaría que se creen inmunes o suponen que el mal es para otros, como la ley. Pero, si se escarba un poco en sus motivaciones, podría hallarse desesperanza de vida ante la letalidad del virus, que impulsa a gozar mientras se pueda, asumiendo las consecuencias.
Sea por sentirse invencibles o de antemano vencidos, la irresponsabilidad social de los parrandistas raya en lo criminal. Está bien si no les importa morir, pero no tienen porqué llevarse por delante a otros. Como los motociclistas…
En cambio, para muchas otras personas el tiempo se detuvo hace diez meses y se sumieron en una hibernación espiritual, mientras las cosas vuelven a ser como antes. ¿Y si no regresan? Como sucede con todo en la vida. El virus las aferró a lo conocido, así se haya perdido. En lugar de admitir lo que hay, por difícil que sea, lo niegan hasta cuando las cosas se ajusten a la medida de sus deseos. Como va la situación, nunca.
De modo, pues, que la magia de este año nuevo no está en el conjuro de lo mal vivido o sufrido, ni en el alcance fortuito de cosas materiales, sino en la incorporación de la dificultad como una expectativa de vida. La evolución de las especies enseña que sobreviven quienes mejor se adaptan al entorno.
En este caso, la adaptación es aceptar la realidad de la pandemia y su riesgo. “La cuestión no es si nos contagiaremos o no, sino cuándo”, dijo un epidemiólogo. El desafío es retrasarlo cuanto se pueda, abriéndose al mensaje que el mal colectivo trae consigo y aprendiendo a actuar conscientemente. Lo que antes se hacía espontáneamente, por costumbre, por inercia, es necesario hacerlo en la plenitud de los sentidos. El cuidado cotidiano ya no es una costumbre; debe ser parte del proceso de preservación de la especie.
Debe entenderse que lo que estamos viviendo es lo único que hay, sin resignación ni paranoia. Lo que se fue, se fue, y posiblemente no volverá. Solo hay un comportamiento posible: luchar para sobrevivir. Éste es el año de la conciencia.
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Adenda: Felipe Buitrago es el nuevo ministro de Cultura, nombrado por el actual estultócrata, algo propio de él, sin tener relación con las tareas que presuntamente ahora desempeña. Si bien fue viceministro de esa cartera, este es un cargo administrativo que encaja en sus profesiones de economista y magíster en política pública internacional, con antecedentes de consejero en asuntos económicos y experto en la tan exprimida economía naranja. Nada de cultura, a no ser que sea portador asintomático de algún gen recesivo artístico. Estará vacunado…
Su gran mérito es ser amigo personal de Duque (mejor callar), quien le encomendó la difícil tarea de continuar la labor de aquella que nada hizo, porque su idea de Colombia tiene el tamaño del casco urbano de su natal Buenaventura.
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