Álvaro Gartner


En la sección ‘Voz del lector’ del pasado 2 en este periódico, fue publicado el siguiente comentario del sacerdote Jaime Pinzón: “La Toccata y fuga en Re menor [del] compositor alemán Johann Sebastián Bach es la pieza musical más grandiosa, impresionante, bella, sobrecogedora y sublime de la historia de la cultura, inalcanzable, inigualable y, por supuesto, insuperable al compararla con todas las creaciones artísticas que en el mundo han sido y que puedan serlo «ahora y siempre, por los siglos de los siglos»”. Amén, a falta de más exultantes adjetivos.
El autor de tal declaración es una especie en vías de extinción dentro del clero católico: es ilustrado, respetable y su vocación es auténtica. Tan enfática afirmación permite deducir que su conocimiento de la música es vasto, y en cuanto a la composición, va muchísimo más allá de la clásica presentación de ‘El minuto de Dios’.
Está lejos este garrapateador de cuestionar su entusiasmo, entre otras cosas, porque lo comparte. Pero sus palabras inducen a preguntar cuáles serán los parámetros para establecer que determinada pieza musical está por encima de todas las composiciones hechas a lo largo de la historia. Por ejemplo, ¿cómo estableció que la Toccata es la máxima composición de Bach, más que los Conciertos Brandeburgueses, las piezas para clavecín, el Oratorio de Navidad, las pasiones de san Mateo y san Juan, la Misa en Si menor o cualquiera de las 200 cantatas que de él se conocen? Todas tan diferentes, tan únicas. ¿Las obras de Händel y de Vivaldi, para citar a dos contemporáneos del genio de Leipzig, no le dan la talla? ¿Los que vinieron después, Rameau, Mozart, Haydn, Beethoven… están en un plano más bajo? Para situar esa pieza en el cenit de la cultura, debió escuchar a compositores precristianos como Safo de Mitilene, Alipio de Alejandría y varios más. Diga cómo se hizo a músicas que no se conservaron. También conocerá a todos los medievales, renacentistas y barrocos del siglo XVII.
Por no tener respuesta ninguna de esas preguntas, se concluye que el rotundo aserto es solo una opinión personal. Así sea la de un melómano consumado, no puede hacer tránsito a dogma universal, por no ser sustentable. La Toccata es “grandiosa, impresionante, bella, sobrecogedora, sublime, inalcanzable, inigualable e insuperable”, por ser su composición musical favorita, lo cual es respetable. Es una categoría válida solo para él, así guste a millones de personas.
Traigo a colación este caso, porque refleja una tendencia de los tiempos que corren, hacer afirmaciones rotundas acerca de todo: si a Periquito Pérez le gusta el reguetón, lo proclama como una verdad irrebatible, y a todos debe gustarles. Si a fulano le hizo daño determinada comida, la condena públicamente como la mayor porquería de la historia y nadie puede volver a comerla. Si a perana le causa gastritis la natilla, lo grita por todos los medios; queda candidata al Nobel de Medicina y en la Navidad siguiente solo habrá arroz con leche. Tendencia que están replicando los medios de comunicación, desde donde ordenan qué debe o puede hacerse. O qué no.
Claramente, la afirmación del Priester Pinzón está muy por encima de los ejemplos planteados, que no son tan hipotéticos. La tomé, porque siendo él tan inteligente y preparado, no reaccionará con la violencia verbal que inunda las redes, ni me maldecirá, como cierto coleguita suyo en la Curia, experto en empanadas sin carne.
Entenderá que tan generalizada tendencia tiene un efecto nocivo: los individuos que asumen posturas absolutas, niegan a la colectividad el derecho de tener un pensamiento diferente. Con el tiempo, éstas terminan renunciando a pensar.
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