Álvaro Gartner


¡Qué pereza referirse un 24 de diciembre a asuntos tan prosaicos como los decires de un político, pero toca hacerlo antes de que los lleve el viento! Obliga la columna publicada en La Patria del sábado 11 por el Gobernador de Caldas, Luis Carlos Velásquez. El solo título, ‘Antioquia y Caldas, una misma historia’, demuestra desconocimiento, que no por común es justificable.
En un mandatario es imperdonable, pues debería conocer qué gobierna, y juró hacerlo. Casi todos sus antecesores también traicionaron el juramento, contaminados como estaban de igual ignorancia.
Cuando se instauró la elección popular de alcaldes, el cargo de gobernador se redujo a la cuasi condición de mayordomo de una finca, donde los peones no trabajan o hacen lo que les da la gana. Unos chambonean, otros delinquen y alguno se va a vivir a otra parte, por ser más importante la esposa que el municipio. Pretende administrar a distancia o a través de ‘asesores’ foráneos impuestos por los gamonales.
Aun así, las opiniones de un gobernador tienen alguna resonancia. Para bien de su departamento o para perjudicarlo. En su escrito, Velásquez reafirmó la falsa y difundida creencia, según la cual Caldas es apenas una sucursal apendejada de Antioquia, desconociendo la realidad, atropellando la historia y minimizando la importancia de aquello de lo cual debería ser vocero y defensor.
En un intento de resaltar la importancia de la Región Administrativa de Planeación (RAP), cuya realidad está por verse, el gobernante caldense no vaciló en fraguar hermanamientos inexistentes: “La calidez humana, la amabilidad, el empuje, entre otras cualidades hacen parte de nuestra identidad regional”. ¿Desde cuándo Caldas y Antioquia son idénticas? Bueno fuera que Velásquez tuviera noción de lo que gobierna. Pero no, apela al adverbio adjetivado “definitivamente”, que no admite opinión en contrario, para hablar de un ficticio “común denominador entre departamentos”.
Cuando habla de “compartir experiencias exitosas e impulsar proyectos en común” a través de un RAP, “que ya cuenta con el visto bueno de la Comisión de Ordenamiento Territorial del Senado de la República”, un miedo helado desciende por la médula. Sabido es que para los loados socios del gobernador caldense, los únicos proyectos que valen, son aquellos en los cuales solo ellos ganan. Hasta serían capaces de pedir nuestra anexión, con la alegre complacencia de Velásquez.
Después de ascender a “corredores viales” tres trochas que no han podido pavimentar en 60 años, en parte porque han desviado los recursos, el ‘mandamenos’ caldense anunció candorosamente la llegada de “visitantes de Antioquia” al inexistente Aeropuerto del Café. Si existiere alguna vez, no llegarán ni los risaraldenses. Tampoco aviones, quizás.
En enrevesado párrafo de incierto vuelo literario, Velásquez se declaró vocero del Suroeste Antioqueño, para incluirlo en el Paisaje Cultural Cafetero (PCC), por ser “un orgulloso emisario de las fincas cafeteras originales”. Como promotor turístico de lo ajeno, proclamó que allá se puede “respirar aire puro y contemplar atardeceres entre montañas antioqueñas”. (¿Aquí no?). Para disimular, agregó que el PCC “también es de esos municipios fronterizos con Antioquia”, o sea los caldenses. Y volvió a loar la utópica “identidad de pueblos hermanos”.
Su remate veintejuliero es una traición a su patria chica: “¡Los 50 pueblos paisas serán el atractivo de Colombia y el continente!”. ¿Desde cuándo Caldas es paisa?
¡Aterrice, Gobernador! Aunque sea de barriga en el utópico aeropuerto de Palestina. Confiese si sabe algo cierto de nuestro departamento, o le interesa. ¿Cree que los caldenses somos simples copias de los antioqueños? ¿Busca un collar de arepas? ¿Anhelaba gobernar allá, pero se equivocó de región? Le habría ido bien, al lado de ‘Pinturita’ Quintero. Son muy parecidos…
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