Alejandro Samper


La escena del expresidente Álvaro Uribe Vélez - en bermudas, camiseta, sombrero y rodeado de guardaespaldas - encarando en una playa a un joven que le dijo “mal presidente”, me pareció la versión tropical de la distopia descrita por George Orwell en su libro 1984. Allí, en una cálida playa de Santa Marta, el hoy senador cuestionó la edad del ciudadano - al parecer muy joven como para haber votado por Uribe en algún momento - y le dijo: “Cuando empezó mi gobierno no sabes qué pasó, no sabes qué se hizo. Están muy desinformados ustedes (los jóvenes) por los profesores”.
Recordé, entonces, uno de los lemas del Ministerio de la verdad del escritor británico: “La ignorancia es fuerza”. En este lugar destruían documentos históricos y los reescribían para que coincidiera con la “versión oficial” del Estado. Allí, incluso, modificaban el lenguaje para cambiar el sentido de las cosas. Algo así como llamar “falsos positivos” a las ejecuciones extrajudiciales o los asesinatos cometidos por Ejército y Policía.
Si uno repasa la historia del siglo XXI en Colombia y la compara con lo que acontece en 1984 se encuentran muchas similitudes. El afán por cambiar la historia y reescribirla. El líder mesiánico - el Gran Hermano - que todo lo ve (porque todo lo tiene intervenido con cámaras, micrófonos y espías). La neolengua. La intolerancia a lo diferente. El prohibir el amor (¿recuerdan cuando Uribe recomendó a los jóvenes aplazar la sexualidad: “ese gustico es para la familia”?). El temor constante: “La guerra es paz”, le repiten a Winston Smith en la novela desde el Ministerio de la paz (lugar que busca que el conflicto sea permanente y ponga a la población en contra de un mismo enemigo que no sea el Estado).
En ese mundo orwelliano a lo que más le teme el poder es a la verdad. Como acá. Y a la gente con crítica. Como acá. Y allá los vaporizan. Como acá.
Nuestro Gran Hermano - de bermudas, camiseta, sombrero y rodeado de guardaespaldas - sufre con la verdad. Su imagen desfavorable llegó al 69% en diciembre, según Datexco, tras la llamada indagatoria por su supuesta responsabilidad en los delitos de fraude procesal y soborno.
A esto se le suman las fosas comunes durante su mandato y de las que se vinieron a conocer gracias a la Jurisdicción Especial para la Paz - JEP, sistema que busca la verdad, justicia, reparación y no repetición de actos cometidos durante el conflicto armado colombiano. Un mecanismo de justicia transicional que pone los pelos de punta al líder del Centro Democrático y por eso le hace la guerra desde su curul como senador.
Y desde el Centro Nacional de Memoria Histórica - CNMH donde su director, el uribista Darío Acevedo, afirma que: “Aunque la ley de víctimas dice que lo vivido fue un conflicto armado, eso no puede convertirse en una verdad oficial”. O sea, como en el Ministerio de la verdad de Orwell, hay que lograr que las evidencias del pasado coincidan con la versión planteada por el Gran Hermano Uribe.
Por eso al expresidente no le gustan las marchas que protestan contra el gobierno actual, el de su subalterno Iván Duque. Porque le cantan la verdad de sus políticas y le recuerdan la historia reciente. Sus abusos y barbaridades. Y como la mayoría son manifestaciones de jóvenes universitarios, que probablemente nunca votaron por él para presidente, culpa a los profesores de tergiversar la historia y usar “la fuerza de la calumnia”. “Los profesores solo enseñan a gritar y a insultar y les retuercen el cerebro (a los estudiantes)”, dijo Uribe en Anserma en 2018.
Cuando Orwell publicó su novela en 1948 lo hizo como crítica a la figura de Joseph Stalin y las políticas con las que manejaba la Unión Soviética. Del comunismo y el socialismo llevados al extremo. Del culto a la imagen de un líder. Hoy, en nuestra república bananera orwelliana tenemos un caudillo de derecha que grita: “Así les choque, sigo en la batalla, porque este país no se lo vamos a entregar a la izquierda extrema”. Todo esto es patético y ridículamente cómico a la vez.
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