Alejandro Samper


Cuando la Unión Soviética puso en órbita el primer satélite artificial, el Sputnik, el 4 de octubre de 1957, los países que estaban al otro lado de la Cortina de Hierro comenzaron a temblar. Los soviéticos alcanzaron lo que Estados Unidos no había podido hacer y en occidente temían que este logro de los rusos desembocara en una guerra nuclear.
Para ese entonces los estadounidenses habían hecho una purga de comunistas en su país, gracias al paranoico senador republicano Joseph McCarthy. También extendían su lucha contra el marxismo - a sangre, fuego, presiones comerciales y espionaje - por todo el continente y parte de Asia. Todo lo que fuera rojo debía ser extirpado.
El Sputnik, sin embargo, fue el inicio de la carrera espacial que llevaría al hombre a la Luna. Una competencia entre dos potencias que nos dejó cientos de desarrollos tecnológicos, desde el velcro y el horno microondas hasta la popularización de las bebidas en polvo saborizadas. Hoy cosmonautas y astronautas conviven y trabajan juntos en la Estación Espacial Internacional.
63 años después volvemos a una competencia entre Rusia y los países occidentales. Esta vez por la vacuna contra el coronavirus. Ya el presidente ruso Vladimir Putin anunció que tenían la cura a esta pandemia. La llamó Sputnik V, como para refregarles a las farmacéuticas estadounidenses, alemanas, francesas y británicas que, una vez más, fueron los primeros.
Tal y como sucedió a mediados del siglo pasado, el avance ruso es visto por muchos como un instrumento de propaganda. Conociendo a Putin, es factible que así lo sea. Y es posible que la vacuna no sea efectiva, pero servirá como mecanismo de presión a quienes trabajan en una cura para la covid-19. El Sputnik I fue un satélite pequeño de aluminio, que recogió algunos datos de electrones y ondas de radio, pero fue el punto de partida que hoy nos tiene explorando la posibilidad de habitar Marte.
Evidencia es que, un día después del anuncio del Sputnik V, el laboratorio británico AstraZeneca y la Universidad de Oxford anunciaron que tenían una vacuna “prometedora” que ya está en la tercera fase de pruebas. Ya varios países en Latinoamérica se apuntaron a comprar la fórmula.
Por su parte, la farmacéutica inglesa GlaxoSmithKline también anunció que sus laboratorios trabajaban a toda máquina para hallar una solución a la pandemia. Y en Colombia, publicaciones como Semana, hicieron eco de que la moringa, la artemisa y el jengibre mezclado con miel, ajo y aspirina curan esa enfermedad.
Pero, a pesar de que unos preparan cohetes y nosotros echamos voladores, todos perseguimos un fin en común: alternativas para contrarrestar el coronavirus que para esta fecha suma poco más de 760 mil muertos en todo el mundo. Contra lo que hay que luchar es las curas milagrosas, la politización de las soluciones, la monetización de la enfermedad y la polarización de la vacuna. ¿De verdad importa si la cura viene de Rusia o Botswana?
En medio de esta carrera por la vacuna, cabe recordar que entre el Sputnik I y el astronauta Neil Armstrong pisando la superficie lunar, pasaron doce años. Un camino de prueba y error, con muchas Laikas en el camino.
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