Dice mucho la imagen que circuló por las redes sociales de los precandidatos presidenciales, antes del debate organizado el jueves por la Cámara Colombiana de Infraestructura - CCI. Allí estaban el tibio de Alejandro Gaviria, los delfines Juan Manuel Galán y Rodrigo Lara, el bolardo de Enrique Peñalosa, el despistado Rodolfo Hernández y las fichas del uribismo: el gallo tapado de Federico Gutiérrez y el reencauchado de Óscar Iván Zuluaga. Todos sentados revisando sus notas excepto el candidato del partido Colombia Humana, Gustavo Petro, quien se ve desparramado en su puesto, casi que aburrido, a la espera de que empiece la actividad.
Y debe estarlo, lo aburrido, porque lleva doce años de campaña - y otros tantos más en la arena pública - enfrentándose a los mismos con los mismos discursos. Lo ha hecho en el Congreso, en juzgados, en foros, en tarimas, en la radio, en la televisión, en la virtualidad… siempre airoso, coherente con su discurso y con una arrogancia que desespera a muchos.
El jueves, por ejemplo, puso en su lugar a Gaviria al referirse al sistema de pensiones. El aspirante por el partido Colombia tiene futuro, en su tibieza, no se mojó al momento de cuestionar los fondos privados y sus intereses. Petro, por su parte, desnudó la ambición de estas empresas y la crisis social que están gestando. Luego se dirigió a Zuluaga y le cantó la tabla al mostrarle cómo el gobierno de Iván Duque (que es del Centro Democrático, partido del cual el exministro de Hacienda es candidato) benefició a unas élites bancarias y no al pueblo afectado durante la pandemia, a través del Banco de la República.
Tanto Gaviria como Zuluaga se quedaron callados porque la respuesta no estaba en sus notas. Posiblemente no la tenían porque Petro cayó en una serie de imprecisiones sobre la Reserva Federal estadounidense y es obtuso echarle la culpa a los fondos privados de pensiones de la crisis que se avecina, cuando es un problema con más aristas.
Gustavo Petro es un tipo brillante y como político ha denunciado la corrupción institucional y la avaricia de las oligarquías. Es más, las padeció como alcalde mayor de Bogotá cuando sus detractores hicieron lo que tuvieron a su alcance para no dejarlo gobernar: desde sabotear sus proyectos sociales hasta meterse en su intimidad, por los que pocos avances en desarrollo e infraestructura se vieron durante su periodo. Pero a veces, en sus arrebatos, cae en la misma demagogia de sus contrincantes; falacias que terminan pasándole factura como sucedió con los cultivos de aguacate y, de manera reciente, con el petróleo.
El punto es que su discurso lo expone con tanta seguridad - y arrogancia - que la gente se convence de que es cierto. Su séquito, encabezado por el senador Gustavo Bolívar y el periodista Hollman Morris, no lo cuestiona y repite como loros amaestrados sus sentencias. Temen decirle que a veces se equivoca, como si mirarlo a los ojos los fuese a convertir en piedra, como la Gorgona.
Lo mismo sucede con los otros candidatos a la presidencia de Colombia: se congelan ante la presencia y palabras del político de la Colombia Humana. Basta ver la postura de Zuluaga en ese foro de la CCI - echándose hacia atrás en su silla - cuando Petro se le arrima, o las evasivas cuando a los candidatos de centro les preguntan si harían alianza con él con el fin de derrotar a la derecha. Le tienen miedo, y con razón, porque representa una izquierda que nunca ha gobernado en Colombia, a pesar de que siempre le echan la culpa de todo: desde el atraso y la pobreza extrema a la opulencia del narcotráfico.
No sabemos qué esperar de una presidencia de inclinaciones socialistas en esta nación camandulera y con el discurso anticomunista bien aprendido. Y si nos fijamos en los vecinos de izquierda, salvo Uruguay, poco se puede rescatar: carcomidos por la corrupción y la tiranía de tipejos como Maduro, en Venezuela, y Ortega, en Nicaragua. También lo tildan de populista, pero en Colombia, ¿qué político no lo es?
A Petro sí hay que abonarle que se ha sostenido a pesar de los ataques y difamaciones. Que se ha ganado a pulso su poder electoral y no fue heredado como el de los aspirante uribistas o los delfines que pasean los cadáveres insepultos de sus padres por cuanto lugar pueden. Y, sobre todo, se le abona la coherencia en su discurso a pesar de que a veces la cabeza se le llene de serpientes y, en medio de su aburrimiento, escupa veneno con tal de dejar petrificados a sus rivales.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015