La revista científica Molecular Biology and Evolution publicó hace poco un curioso estudio sobre la vida sexual del Demodex folliculorum, el ácaro que vive en la piel de nuestra cara. Este parásito, de 0,3 milímetros de largo, se aloja en nuestros folículos capilares, se alimenta de la grasa que se acumula en nuestros poros y aprovecha las noches para aparearse de manera endogámica en nuestras cejas y pestañas. Si tiene barba podrá imaginarse las orgías que arman estos bichos que usan sus diminutas patas para aferrarse a los pelos e iniciar la cópula.
No es joda. Estos ácaros son objeto de estudio en las universidades de Bangor (Gales) y Reading (Inglaterra), y al menos trece personas - doctores de España, Argentina y Austria con quien sabe cuántos años de experiencia - colaboraron en el documento. Uno de ellos dedicó meses, quizás años, en estudiar el ano del D. folliculorum. Sus hallazgos, que básicamente concluyen que nuestra tez es un motel de bichos, están en una revista indexada; sus facultades les reconocerán el esfuerzo con alguna bonificación económica y tal vez los inviten a dar una conferencia en la que mostrarán esa imagen de lo que parece un dedo y que, gracias a una flecha sobrepuesta, señala explícitamente el esfínter del bicho. Para unos es una foto académica, para otros porno parasitiforme.
Allí no está la cura para el cáncer, tampoco respuestas a preguntas existenciales, por lo que no deja de sorprender que haya cerebros que dediquen tiempo, recursos económicos y tecnológicos al estudio de estos ácaros microscópicos. ¿Cuál es el fin? Leo el artículo (https://bit.ly/3AkjaJB) y la única explicación del por qué estudiar la vida sexual de estos arácnidos - más parecidos a un gusano que a una araña - la da el doctor Henk Braig: para hallar posibles respuestas a la conjuntivitis, la rosácea y la caída de las pestañas.
Ahora, por qué escribo del Demodex folliculorum y no de, por ejemplo, el Informe final del la Comisión de la Verdad, que esta semana presentó sus hallazgos tras cinco años de trabajo. Porque en las 64 páginas de la Declaración de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición; en las 515 de los testimonios y en las 896 páginas del capítulo Hallazgos y recomendaciones, no hay nada nuevo.
En las dos décadas que llevo como opinador y periodista he dedicado muchas veces este espacio a denunciar las atrocidades de los paramilitares (los de mayor número de asesinatos en la historia reciente de Colombia), la barbarie de la guerrilla (con sus secuestros, atentados y tomas a pueblos), la ineficacia de la lucha contra las drogas (impuesta por la DEA y ridículamente ejecutada por nuestras autoridades), la corrupción política (tan parasitaria como el ácaro de marras), al Ejército enajenado, a la iglesia arcaica y obsoleta, a la destrucción del Medio Ambiente, al narcotráfico y el estilo de vida que impuso en el imaginario nacional… Y en medio de todo esto nosotros: los civiles. Los que sin empuñar un arma ni tener bando hemos puesto el mayor número de muertos.
“No teníamos por qué acostumbrarnos a la ignominia de tanta violencia (…) ¿Por qué vimos las masacres en televisión, día tras día, y como sociedad dejamos que siguieran por décadas como si no se tratara de nosotros?”, dijo el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, durante el evento de la entrega del Informe final. Pasó y sigue pasando; ejemplo de ellos es que el presidente Iván Duque prefirió recibir un premio del canal NatGeo (y los 25 mil dólares que viene con este) a estar presente en este importante acto de paz y reconciliación para el país.
La violencia, como el ácaro, la tenemos hasta en las pestañas. Se alimenta de nosotros, fornica en nuestra cara y no pasa nada. Y cuando un grupo de expertos dedica tiempo a la investigación de las causas del por qué nos estamos matando, no falta quien salga a descalificar el estudio a pesar de los cerca de 30 mil testimonios y las más de mil páginas redactadas. Hablan, como yo del Demodex folliculorum, desde la ignorancia. Por ello lo que han hecho la senadora María Fernanda Cabal y su corte, al desacreditar afanosamente el documento y las palabras de Francisco de Roux, son de una vileza incalculable. Pero los dejan retratados como lo que son: unos parásitos con el culo expuesto.
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