Alejandro Samper


Ya son cien días - en algunos casos un poco más - de esta cuarentena obligatoria por la Covid-19 en Colombia. Eso son 60 días más de lo que su etimología explica (del latín quadraginta que significa “cuatro veces diez”) y más del doble de lo que recomendaban en la Venecia del siglo XIV para protegerse de la peste negra, que dejó unos 25 millones de muertos.
Cien días en los que publicistas, mercadotecnistas, recreacionistas de redes sociales y demás seguidores de los libros de autoayuda nos pidieron reinventarnos. Y sí, en los primeros 20 días encerrados la gente se dedicó a hornear pan. A lavarse de manera frenética las manos. A hacer de la sala de su casa un gimnasio y del comedor una oficina. A descargar Zoom. A enseñar y aprender de manera remota.
Y, digamos, los primeros cuarenta días nos cuidamos. Nos aislamos y cambiamos los encuentros y abrazos por reuniones virtuales. Nos cubrimos los rostros. Desinfectamos hasta las cáscaras de los plátanos, así estas no se coman. La paranoia nos llevó a cambiarnos de ropa cada vez que salíamos de casa y a fumigar con amonio cuaternario a cuanta visita llegaba, como si de cucarachas se tratara. Los negocios tuvieron que cerrar y buscar alternativas en otras actividades; hasta bares - como Silmaríl - se pusieron a vender tapabocas.
Nos pidieron adaptarnos a todo esto y a ser condescendientes con nuestros líderes y autoridades que, ante la pandemia y desconocimiento de cómo tratarla, improvisaron. Se inventaron el “aislamiento inteligente”, el pico y cédula, el pico y género, toques de queda, ley seca, encerraron a los mayores de 70 y a los niños les permitieron salir a los parques pero no usarlos. A las mamás las multaban si agarraban de la mano a sus hijos y a quien intentaba ganarle al hambre arrancándole una moneda al desempleo, la Policía lo agarraba a bolillo. Porque lo que se reinventó con éxito en estos cien días fue la mezquindad.
Prueba de ello son las trabas de las autoridades a los ingenieros colombianos que desarrollaron ventiladores (https://bit.ly/2NSGJQr), las dificultades de las universidades locales que facilitaron sus laboratorios (https://bit.ly/2Bz3czm) y a la competencia desleal a las empresas manufactureras de textiles colombianas que se pusieron a hacer tapabocas (https://bit.ly/3iuXmjp). Esto, en vez de proteger la industria nacional, es una oportunidad para los especuladores y delincuentes de cuello blanco que, ante la emergencia manifiesta, contratan de manera directa con el Estado para importar estos elementos.
Mezquino es que durante semanas nos pidan contribuir a “aplanar la curva” de contagios, pero a petición de unos empresarios se arme la recocha del día sin IVA y veamos que estas decisiones aumentan el número de enfermos por coronavirus. Mezquino es que se le preste más atención a los amigos del presidente Iván Duque que a los epidemiólogos. Mezquino es que mientras se nos exija estar encerrados, el fiscal Francisco Barbosa se vaya de paseo a San Andrés con su familia y amigos, a costa del erario y argumente que su rol de padre está por encima que el cargo. ¿Dónde queda el ejemplo a la hija de la justicia, de lo ecuánime, de la responsabilidad?
Mezquino es proteger al sector financiero - el que más ingresos tuvo en el 2019 (https://bit.ly/3dTMLuR) - mientras se cocina una reforma tributaria que, nuevamente, clavará impuestos a la clase media. Después de esta pandemia se anuncia una crisis económica brava y quienes saldrán fortalecidos serán los roñosos que nos perjudicaron y no se harán responsables de sus actos.
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