Todavía me pregunto qué pretendía el alcalde de Manizales, Carlos Mario Marín, al compartir por las redes sociales ese video post quirúrgico en el que se le ve hinchado, con una gasa sangrante en la nariz y grogui por la anestesia. Desde su camilla agradeció a los médicos y personas que estuvieron pendientes de la intervención que le hicieron para extraerle un “tumor nasosinusal con papiloma invertido”, y lo hacía mientras se le cerraban los ojos, como en esas escenas de telenovela en las que uno de los personajes agoniza y desde su lecho de muerte revelará un secreto que nunca se conoce porque fallece antes de decirlo.
Pero Carlos Mario no tiene esa clase de revelaciones. Lo que sí tiene de esos personajes es el histrionismo: derrama lágrimas de cocodrilo para pedir perdón a los ciudadanos, gesticula y vocifera cuando se indigna, se arrodilla y suplica por los votos, y se transforma en Soraya Montenegro cuando se le cuestiona el salario de sus funcionarios - como si no tuviese que responder por los gastos públicos - y responde “yo veré cuánto les pago”.
El video de Carlos Mario Marín no despierta empatía, mucho menos lástima. Me evoca lo peorcito de la farándula criolla; me recuerda a Yina Calderón y demás… ¿Influencers?… ¿Vedettes?… No sé cómo llamarlas porque no sé qué hacen… que se exhiben en Facebook e Instagram recién salidas de la cirugía para mostrar cómo les quedó la cola o las tetas o el abdomen o los labios o el mentón después de ponerse o retirarse biopolímeros. No lo hacen para generar conciencia sobre la belleza o las cirugías estéticas, lo hacen para ganar popularidad. Para tener seguidores y comentarios - a favor y en contra -, para dar de qué hablar; por puro ego y mercadeo.
No llega ni siquiera a la propuesta de Orlan, la artista plástica que hizo de las cirugías estéticas un performance, porque Marín no parece tener esa vocación. Lo suyo es más de clown escuela mockusiana, tendencia que funcionó a finales del año pasado pero cuyo discurso se agotó tras el coro “un guarito y un tamal”.
Pero dejemos la teoría estética a un lado y vayamos a lo que ese video evidencia: una persona hiperconectada a las redes y desconectada con la realidad. Manizales no necesita de un alcalde youtuber sino un líder que hable con claridad sobre lo que está sucediendo en su administración, donde los secretarios no duran y salen de allá poniendo en duda su capacidad de gestión. Los ciudadanos quieren saber qué planes hay para el 2021 y en qué se invertirán nuestros impuestos. Quieren saber si se puede contar con él o toca hablar con el señor Espejo. Quieren saber si esta ciudad tiene un norte después de la pandemia. Su tumor nasosinusal, la verdad, pasa a un segundo plano en este momento.
A lo mejor la intención de Carlos Mario era mostrarse como de verdad se siente al final de su primer año como alcalde: hinchado, grogui y con la nariz sangrante después de tanto palo que le hemos dado por su incapacidad de liderar y su errático proceder. O sea, puro melodrama.
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No se han dado cuenta que este fin de año, sin alumbrados en las calles ni Ferias en enero, a los de Obras Públicas no les dio por romper el pavimento en las avenidas e iniciar trabajos de infraestructura, como usualmente hacen por esta época.
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