Hacer fila debería declararse patrimonio colombiano. Además de las tradicionales colas de los bancos, notarías, oficinas públicas y fondos de pensiones, nos paramos - uno tras otro - a las afueras de los restaurantes, de los bares, de la revisión técnico mecánica, de los supermercados, de las farmacias, de las EPS, de los teatros y cines, de las entradas a los parqueaderos de los centros comerciales. Incluso para entrar al edificio en el que vivo me ha tocado esperar turno porque primero está el domicilio, luego el de la mensajería, luego el vecino… porque los protocolos de bioseguridad así lo establecen.
No importa que el sistema esté digitalizado y exista una plataforma que permite elegir la hora de atención: cuando usted llegue al sitio tendrá que hacer fila. Y así como hay líneas de personas (y vehículos) por todos lados, también hay colados. Los que buscan al amigo para meterse, los que fingen estar perdidos o solicitando información y se arriman a la ventanilla o puerta, los que aprovechan un tumulto para saltarse varios turnos, los conductores que aceleran por el carril contrario - arriesgándose a un choque frontal con otro vehículo - para desembocar en un embudo que vuelve a generar caos y tráfico.
Grave también es que nuestros líderes, los que deben dar ejemplo, se las pasen de vivos. El pasado jueves desde la presidencia de Colombia (@infopresidencia) escribieron que el presidente Iván Duque “advirtió que los turnos en que han sido clasificados los colombianos para la inmunización contra el covid-19, en el marco del Plan Nacional de Vacunación, no se puede transa, ceder o vender”. El trino sale una semana después de que uno de los mejores amigos del mandatario, el Fiscal general de la nación, Francisco Barbosa, le envió una carta pidiendo prioridad para él y sus funcionarios en el momento de iniciarse la inoculación masiva.
El fiscal Barbosa se está colando “a codazos”- como dijo el abogado Francisco Bernate - en una fila de 50 millones de personas “sin ningún argumento, desconociendo que la vida de todos los colombianos vale lo mismo” (https://bit.ly/3pS6im0). Para colmo de males, el fiscal Barbosa se reunió esta semana con la procuradora Margarita Cabello para discutir “aspectos de suma importancia como las medidas preventivas que se tomarán para evitar cualquier infracción disciplinaria o delito relacionado con el manejo que se les dé a las vacunas, prestando especial interés a los procesos de almacenamiento, transporte y, sobre todo, la aplicación” (https://bit.ly/3jnItA5). O sea, se cuela en la fila y después pontifica sobre como sancionar a quienes hagan los mismo. ¡Tamaño cinismo!
Pero tal vez donde se evidencia esto de saltarse la fila es en la carrera diplomática. Con cierta frecuencia la Cancillería colombiana invita - vía correo electrónico y publicidad - a profesionales en Relaciones internacionales y afines para que se inicien en este camino de la diplomacia, ofreciendo sueños de embajadas y consulados. Sin embargo, a la hora de nombrar a personas en estos puestos los primeros en la fila son los amigos del presidente de turno, los hijos de los ministros y los congresistas aliados, de los que financiaron las campañas.
El representante a la Cámara David Ricardo Racero Mayorca publicó esta semana en las redes sociales una lista de 54 personas nombradas por el Ministerio de Relaciones Exteriores sin experiencia ni formación académica para una carrera en el servicio exterior de Colombia, y cuyo único mérito es ser familiar o amigo de integrantes del Centro Democrático. ¿Qué sentirán esas personas que se prepararon en diplomacia, que son políglotas y que llevan rato esperando su turno al ver que se les cuelan 54 gatos, algunos sin siquiera nivel básico de inglés?
Es una fobia a que todo fluya, a respetar al otro, a la empatía, al orden. El pedagogo Julián de Zubiría, en un texto llamado Lo que nos enseñaron los japoneses (https://bit.ly/3oNXs7r), expone la situación de la siguiente manera: “Cuando les preguntan (a los jóvenes japoneses) en las pruebas mundiales de cívica, que en cuantas personas confían de todas las que conocen, ellos responden que en setenta de cada cien. Nuestros jóvenes dicen que sólo confían en cuatro de cada cien. La explicación es sencilla: Ellos tienen una educación que fortalece la cultura grupal. Nosotros, le enseñamos a nuestros niños que “el mundo es de los vivos”.
Nos estamos condenando a ser los últimos de la fila y, como hacer cola es deporte nacional, todos felices.
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