A esa grieta que abrió la polarización y la mezquindad política de este país se está yendo toda capacidad de raciocinio y empatía que podamos tener. No había pasado una hora de la elección de Gustavo Petro como presidente de Colombia y los medios opositores ya estaban con sus discursos incendiarios. La columnista de Semana María Andrea Nieto salió a decir que en las casas de cambio se cotizaba el dólar a $5 mil, jugando a la especulación e incurriendo en el pánico económico estipulado en el artículo 302 del Código Penal.
Esa misma noche, y tras el discurso de victoria del candidato del Pacto Histórico - PH, la periodista de Noticias RCN Claudia Gurisatti afirmó que las palabras de Petro habían sido de “arrogancia y desafío”. Empero, medios internacionales y las mismas redes sociales reconocieron lo moderado que fue y que el ganador se mostró conciliador, buscando unir a los colombianos. Prueba de ello es que los gremios (excepto Fedegan) y los empresarios felicitaron a Petro y se mostraron dispuestos a trabajar con él; partidos ajenos al PH se sumaron a la unidad y hasta el líder de la oposición, el expresidente Álvaro Uribe, aceptó reunirse con el futuro mandatario.
El racismo y el clasismo también se hicieron presentes. La imagen de Francia Márquez, la primera mujer afrodescendiente que llega a la vicepresidencia, incomoda a esta nación donde las élites blancas y privilegiadas del centro del país siempre han sido las protagonistas. Le enrostran el haber sido empleada del servicio, el ser negra, sus prendas coloridas, sus moderadas reacciones de afecto… hasta el no haberse presentado con una pareja en la tarima, como sí lo hizo Petro, quien recibió aplausos y vivas tras recibir un beso de su esposa, la rubia y ojiverde Verónica Alcocer.
Y muchos no entienden todavía el concepto de “vivir sabroso”, que tanto pregona la nueva vicepresidenta. No es que le den una casa grande pagada con nuestros impuestos, como lo infirió la periodista Claudia Palacios, o tener plata como lo dijo el periodista de Caracol Noticias, Luis Eduardo Maldonado. Tampoco recibir subsidios del gobierno por no hacer nada, como algunos internautas lo creyeron. “Vivir sabroso” es vivir con dignidad y sin miedo.
En Colombia, donde por décadas las personas han buscado el dinero fácil, asocian el “vivir sabroso” con el ser mantenido. En ganársela fácil sin hacer mucho… lo más cercano a ser una sanguijuela o un congresista colombiano. “Vivir sabroso” no es tener un sugar daddy o un mecenas; estos no son más que otros modelos de servidumbre, que es como algunos quieren ver a Francia Márquez. O que creen que se ganó la lotería; que ella es un caso de mendigo a millonario, ignorando su lucha por la defensa del medio ambiente, por los derechos de las comunidades afro, de las mujeres, por la paz. Activismo que ha sido reconocido a nivel internacional sin la necesidad de hacer lobby o repartiendo embajadas.
Por último, está el fatalismo. Los que creen que un presidente de izquierda llevará a Colombia por el despeñadero y que perderemos la confianza de Estados Unidos, nuestro mayor aliado. Lo sucedido en estos días evidencia lo contrario. Joe Biden, presidente estadounidense, tardó 36 horas en ponerse en contacto con Petro, mientras que al actual mandatario- el meme ambulante de Iván Duque - le tomó meses. El continente sudamericano se está alineando y la derecha de Bolsonaro, en Brasil, y de Lasso, en Ecuador, se están quedando al margen.
Petro lleva menos de una semana como presidente electo y ya evidencia el andamiaje que está montando para poder ejecutar su programa de gobierno. Desde tener al camaleónico Roy Barreras como posible presidente del Senado, hasta asesorarse con el lagarto clientelista de Mauricio Lizcano; personajes detestables - sapos intratables - pero al parecer imprescindibles para evitar que le metan palos en la rueda.
Esto apenas comienza y hay que estar vigilantes. Pero no nos podemos dejar llevar por el fatalismo, las pasiones y las cegueras partidistas que hacen de la grita nacional una fisura cada vez más grande.
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