El representante a la Cámara por el Putumayo, Andrés Cancimance, asumió su curul en el Congreso con un traje de dos piezas gris grafito, una corbata de estampados geométricos en tonos albaricoque y dorado, y zapatos latte de tacón. No soy experto en colores pero me tomé el tiempo de buscar los nombres de las tonalidades de las prendas del congresista, que eligió unos kitten, por encima de unos stiletto, al ser más cómodos para la larga jornada de toma de posesión del cargo. Sí, también busqué esos dos términos del calzado en función de la precisión.
Pude haber escrito que Cancimance usó “tacones de mujer color café claro”, pero me caerían palos de los fanáticos progre aliades de la comunidad LGBTIQ+. Le sucedió a un biempensante en Twitter que, sin atisbo de discriminación, trinó que el congresista usó zapatos de mujer y se le fueron encima porque “la ropa no tiene género”. Que eso es un constructo social.
Y sí, son conceptos antiquísimos de las sociedades: estas prendas son pensadas y diseñadas para el género femenino, estas para el masculino. Esto, sin embargo, no significa que las mujeres usen ropa para hombres o nosotros usar prendas de mujeres, como lo hizo el congresista de marras. No es discriminatorio: son criterios que nos ayudan a entender, catalogar y ordenar el mundo. Además, nos ahorran tiempo. Imagínese ir a uno de estos enormes centros comerciales a buscar ropa y que esta solo esté identificada por sustantivos: camisa, pantalón, zapatos… Una idea que aterra pues, en aras de complacer a ese mercado que clama por la ausencia de género, empresas como Inditex nos inundarían con prendas y accesorios agénero. Sin diferencias, género nulo. Una pesadilla totalitarista que va en contra del reconocimiento que persiguen y por las que luchan estas comunidades.
Ya lo menciona la periodista Patrycia Centeno, autora de los libros Política y moda, la imagen del poder (2012) y Espejo de Marx ¿la izquierda no puede vestir bien? (2013): “La pluralidad indumentaria habla de pluralidad ideológica. La uniformidad indumentaria descubre un sistema mediocre y/o autoritario. Más que un reproche es una advertencia”.
Encuentro, entonces, una dualidad hipócrita en estos extremistas de lo políticamente correcto: piden que no se identifiquen las prendas como femeninas o masculinas, pero andan obsesionados con etiquetar y clasificar todo lo que a sus géneros corresponde. Ya no basta con las siglas LGBTIQ, que representan a las lesbianas, gays, bisexuales, trans (transexuales, transgénero y travestis), intersexual y queer, pues están los agénero, los bigénero, los cisgénero, los trigénero, los de tercer género, los pansexuales, los de género fluido y los interespecie. De ahí que tuvieran que agregar el signo “+” para no terminar de abarcar el alfabeto completo.
Al final, la justificación del congresista Andrés Cancimance de usar tacones el día de su posesión fue más enrevesada que la definición de las nuevas identidades de género: “Estoy vestido así, subido en tacones, porque Colombia es el segundo país que más discrimina y que más vulnera los derechos de la población LGTBIQ+ después de Brasil. Pero también, hoy estoy así porque represento la diversidad de un territorio andinoamazónico, como Putumayo en el sur del país”.
No sé cómo unos tacones kitten en tonos latte representan los nueve pueblos indígenas que habitan el Putumayo y cómo se conectan con los derechos de la comunidad LGBTIQ+. El representante Cancimance tendrá que usar mucha retórica, carreta, discurso, gastar lengua e hilar fino, para sustentar este argumento. Será por eso que se hizo congresista.
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