Alejandro Samper


No bastan las fotos satelitales o desde la Luna. Tampoco los viajes a la estratósfera donde se puede ver la curvatura del planeta. Ni las observaciones y registros que hay desde los antiguos griegos hasta las agencias espaciales actuales: hay cientos -quizá miles- de personas que creen que la Tierra es plana.
La Flat Earth International Conferency fue un congreso que se realizó a principios de noviembre, en el que “expertos” sobre el tema alegaron que por siglos hemos sido engañados por científicos y, de manera reciente, por agencias como la Nasa, para hacernos creer que la Tierra es redonda. Según ellos, nuestro planeta es plano y está rodeado por una inmensa pared de hielo.
Para ellos las evidencias no son válidas. Lo fáctico sucumbe ante el discurso y la fe de creer en sus convicciones. Y hay que dejarlos, pobrecitos, porque la tolerancia y las formas de relacionarnos en la sociedad nos han enseñado que la diversidad de pensamiento se debe respetar.
Esta onda de “terriplanos” hace parte de esos grupos que -apoyados por lo que ahora se llama “posverdad” y que antes conocíamos como “carreta” o simplemente “mentira”- ignoran los libros de ciencia e historia para querer reescribirlos a su modo y conveniencia. A ellos pertenecen los que niegan que el holocausto nazi existió. Y los creacionistas radicales cristianos que niegan la evolución, creen que todo comenzó con Adán y Eva, y se empeñan en difundir que una familia normal no puede conformarse por una pareja gay sino como Dios manda. O sea, nacer de una madre virgen cuyo padre fue una paloma y es, además, “hijo y padre de la misma persona”, como dice el trino de @diostuitero.
Pueden parecer tonterías, pero en la época de las “fake news” y “los hechos alternativos”, esas ideas pueden tornarse peligrosas. Gracias a las redes sociales encuentran terreno fértil en cerebros huecos, sin capacidad de análisis o crítica, que luego se encargarán de replicarlos ad infinitum por la internet.
The Washington Post publicó hace poco un artículo en el que denuncian que “trolls” del Kremlin compartieron al menos 80 mil noticias falsas por Facebook, con el alcance aproximado de que unos 126 millones de personas las leyeron. Estas mentiras habrían beneficiado a Donald Trump para llegar a la presidencia y estarían moldeando el pensar de millones de estadounidenses.
Muchos de estos personajes son fanáticos de alguna causa o de alguien. Y harán y dirán lo que sea con tal de alimentar y esparcir sus convicciones. Como la congresista María Fernanda Cabal, que esta semana sumó un par de perlas a su rosario de verdades a medias, radicalismo y fanatismo uribista.
En un acto digno de las posverdad, la representante dijo que en la toma del Palacio de Justicia no hubo desapariciones forzadas y que la masacre de las bananeras fue un mito agrandado por Gabriel García Márquez. Omite de manera intencional las condenas, los videos, los telegramas, las fotos, los reportes de prensa, las declaraciones de testigos de ambos hechos. Su único argumento es sostenido por una novela de realismo mágico y se burla de la memoria de las víctimas de estos hechos.
Hoy nos burlamos o recibimos con asco los disparates de la Cabal (que también ha dicho “Si uno pone a trabajar a los negros se agarran de las greñas”, y mandó al infierno a García Márquez el día de su muerte), pero hay quienes la apoyan y defienden. Ella es solo un reflejo de estos tiempos sin cordura, empeñados en aplanar la tierra y que el sol gire en torno a ella. O de algún político endiosado. Los ejemplos abundan: desde Corea del Norte a las ubérrimas zonas rurales de Córdoba.
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