Iván Duque Márquez deja mañana el puesto de presidente de la República sin haber estado a la altura y responsabilidades del cargo. Su primer año fue de “aprendizaje”, según la revista Semana, en un acto de complacencia y lambonería nunca antes vistos. Luego vino la pandemia en la que la pobreza aumentó al 42,5%, según el Dane, pero de la que el mandatario saca pecho por haberla manejado bien (bastaba con seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud - OMS).
También le tocó un huracán categoría 5 que golpeó a San Andrés y Providencia, algo sin precedentes, y se comprometió a recuperar el archipiélago en 100 días; dos años después - apenas esta semana - anunció que ya casi le cumplen a las víctimas en entrega de viviendas, servicios, colegios… ni hablar del hospital, del que solo han removido tierra para su construcción.
Paros, marchas, migración, inflación, recrudecimiento de la violencia… Fueron cuatro años larguísimos que dejan una Colombia descuadernada. Chao, Duque y su esposa del vestido de fomi. Mañana arranca un nuevo reto para el país en cabeza de Gustavo Petro, un político con recorrido y sobre el que poco más de 11 millones de colombianos depositamos nuestra confianza para que nos saque de la crisis en la que estamos.
Pero no podemos engañarnos: Petro no es el mesías, ni hace milagros. Los grupos armados ilegales no dejarán de matar por territorios porque un gobierno de izquierda esté en el poder y tampoco aparecerá alimento en los platos de los hambrientos a partir del 8 de agosto. Siento lástima por esos fanáticos que creen que de la noche a la mañana vamos a vivir sabroso; su aterrizaje será forzoso. Cada desacierto del gobierno entrante y su partido será magnificado y comparado, cada acto de corrupción - que los habrá - lastimará como una infidelidad.
A los petristas furibundos que en redes sociales comparten mensajes de “¡este es mi presidente!” porque Petro se hizo fotos con los mamos arhuacos de la Sierra Nevada de Santa Marta, no olviden que esa ceremonia simbólica también se la hicieron a Duque y a Santos y a Uribe. Y que una vez se meta de lleno en el rollo presidencial de tener que lidiar con inversionistas, relaciones internacionales, orden público, presupuesto y todo eso, lo ancestral pasará a un segundo o tercer plano.
Voté por Gustavo Petro porque considero que era el candidato con las propuestas más acordes a las necesidades sociales del país. Además, porque se comprometió a retomar los Acuerdos de Paz, olvidados en el cuatrienio de Duque. Pero como lo he manifestado antes en este espacio, es un político arrogante y al que le cuesta escuchar las críticas. Lo evidenció en su paso por la Alcaldía de Bogotá, donde se la pasó entre peleas, sanciones y la paranoia de tener enemigos en todos lados, sobre todo los medios de comunicación.
Comienzan, entonces, cuatro años de muchas expectativas, sobre todo de jóvenes ilusionados con mejores oportunidades y cambios sociales estructurales. De población adulta que espera garantías económicas y de salud en la vejez. De grupos sociales que buscan verdadera representación política, más allá de nombramientos. De empresarios que quieren certezas en vez de promesas. Pero nada de eso ocurrirá de la noche a la mañana y todos tendremos que aportar - muy probablemente con más impuestos - para que esto avance. Debe haber consensos y mucho diálogo.
Solo un tirano o un dictador obliga a que los cambios se hagan de repente y, por lo general, son transformaciones que terminan mal y con muchas víctimas. Yo no voté por esto.
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