Gabriel Antonio Goyeneche fue, entre 1952 y 1974, candidato independiente a la presidencia de Colombia y entre sus propuestas de gobierno estaban montarle una enorme marquesina a Bogotá para protegerla de tanta lluvia, anisar algunas quebradas para facilitar el acceso a aguardiente y pavimentar el río Magdalena. Disparates que divulgaba en panfletos y cafetines bogotanos, a los que llegaba prometiendo curar la calvicie de los hombre que votaran por él.
La imaginación de Goyeneche, sin embargo, se vio superada esta semana cuando la alcaldía de Bogotá y el Gobierno nacional anunciaron la segunda línea del metro de la capital de la República. Un sistema subterráneo con once estaciones repartidas a lo largo de 16 kilómetros y que movilizará hasta 360 mil viajeros cada día y beneficiará a 2,5 millones de ciudadanos. Una segunda línea de un sistema de transporte inexistente. No han hecho el primer hueco para instalar allí la primera columna de la primera estructura de esa inexistente primera línea elevada que vienen prometiendo desde 1949, cuando el alcalde Fernando Mazuera Villegas acabó con el tranvía.
Desde entonces han destinado miles de millones de pesos en estudios, licitaciones, contratos y para lo único que ha servido este proyecto es para elegir alcalde; cada candidato llega con su idea y los votantes apoyan al que más estimule su imaginario.
Lo que sí hay es gerente del metro que, según el portal funcionpublica.gov.co, tiene un salario cercano a los $11 millones por administrar lo que no existe. También hay oficinas, empleados y publicidad porque esta fantasía funciona con burocracia.
No es que esté mal soñar esta clase de proyectos para nuestras ciudades; todo lo contrario, nos ayudan a configurar y estructurar nuestra sociedad. La doctora en sociología Francesca Randazzo Eisman señala que estos imaginarios son importantes pues “permiten buscar entre las formas en que se describen las cosas, aquellas capaces de crear nuevas realidades sociales”.
Lo grave es que estos imaginarios no se concreten y la credibilidad de las instituciones se venga abajo. Peor es que los sigan alimentando con mentiras como la línea dos del metro o poner en cintura y reducir el Congreso o que somos el Silicon Valley Latinoamericano, por mencionar algunas de esas ideas que usan nuestro políticos para vender humo.
Y así como Goyeneche repartía panfletos con sus ideas, nuestros líderes echan mano de los programas de diseño para ofrecernos sus sueños. El exalcalde de Bogotá Enrique Peñalosa le vendió a los capitalinos -por obra y gracia del Photoshop y las representaciones gráficas- un río Bogotá cristalino, con senderos peatonales, cervatillos pastando en las orillas y un metro elevado antes de terminar su mandato. De eso nada. Por su parte, el alcalde de Manizales, Carlos Mario Marín, también ha hecho lo suyo con animaciones digitales de ciclorrutas elevadas por la Avenida Santander, amplios bulevares y cables aéreos, pero si no ha sido capaz de pedir que le bajen el volumen a los parlantes de las fondas que invaden el espacio público en el sector de El Cable, ¿cómo vamos a creer que va a despejar un andén para que haya mayor espacio para los peatones?
La realidad abruma a estos líderes que prefieren mantenerse en sus imaginarios. Unos que administrados de manera corrupta alimentan, como lo mencioné anteriormente, la burocracia. Aerocafé, por ejemplo, es nuestro metro y al igual que este le tienen gerente y oficinas para regentar un potrero.
Bien pueden estos herederos de Goyeneche vender una segunda, tercera, cuarta línea del metro en Bogotá. O la teletransportación, si quieren, e inventarse el cargo de gerente cuántico y poner a un amigo de universidad en el cargo. Ya nada sorprende, mucho menos cuando el incompetente y desconectado de la realidad nacional, presidente Iván Duque, asegura sin sonrojarse que en Colombia no hay “estallido social” sino un “estallido de creatividad”.
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