Alejandro Samper
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En uno de esos momentos de procrastinación me puse a canalear y paré en el canal del Congreso porque el congresista caldense Carlos Felipe Mejía pidió la palabra. Me quedé, porque este fanático del Centro Democrático y adulador hasta el cansancio del expresidente Álvaro Uribe suele enrabietarse, gritar y ladrar en sus intervenciones. Por puro morbo no cambie de canal; como quien espera ver un accidente o una tragedia desarrollarse.
La intervención, sin embargo, fue moderada. Con argumentos, Mejía habló en la Comisión Quinta del Senado de la situación de los paneleros. Desconocía yo que un fulano con ideas (como el director del departamento administrativo de la Presidencia, Diego Molano, y su protestódromo) quiere sacarle una patente a la panela o sus procesos. Esto afectaría a unos 270 mil trabajadores que viven de este producto y tendrían que pagarle derechos a un ventajoso que espera lucrarse de un alimento tradicional.
Es como querer patentar la arepa y que alguien cobre comisión por cada masa de maíz que se ponga en un fogón callejero.
El del Centro Democrático y sus ideas estuvieron alineados con la posición del senador del Polo Democrático Jorge Enrique Robledo, quien dijo que “el significado de patente es monopolio, es que alguien se pueda quedar con el negocio, y el monopolio es abuso”. También con las del representante de las Farc, Pablo Catatumbo, quien dijo que aprobar la patente sería una medida “injusta” para los paneleros. ¡Quién lo creyera!
En la discusión - en la que también participaron el ministro de Agricultura y el viceministro de Desarrollo Rural - intervinieron políticos liberales, conservadores, verdes, de Cambio Radical y de la Unidad Nacional y, por decisión unánime, rechazaron la patente. En bloque salvaron a las 350 mil familias paneleras de algún industrial del sector azucarero.
Me alegró y me sorprendió esta decisión porque es muy raro que los políticos colombianos se acuerden del pueblo en épocas que no sean electorales. Usualmente se destacan por defender intereses particulares y pelear entre ellos por resentimientos partidistas. Entonces, si pudieron unirse en torno a la panela ¿por qué no hacerlo para defender algo igual de productivo y dulce como la paz?
Vale, “paz” es un concepto muy amplio y manoseado. Propongo entonces que lo pasen por la molienda para extraer su esencia, lo cuelen y, tal como se prepara la panela, se pase de paila en paila hasta que quede esa miel espesa y perfumada que se vierte en moldes hasta que se endurezca. Es un proceso largo en el que intervienen muchas personas, pero deja dulces resultados.
De manera desafortunada, hay políticos que, en su afán de protagonismo y quedar bien entre sus pares de partido, consideran que la receta solo la conoce y debe administrar un ubérrimo personaje. Al punto que prefieren que la panela se amargue o se queme. Nadie come.
Si fueran personajes en este proceso, serían las mulas que van en círculos en el molino y que están más interesadas en el bagazo que en el guarapo. Les gusta más ese desecho fibroso de la caña de azúcar, no por alimenticio, sino porque es el combustible que alimenta la candela de este trapiche infernal que llamamos Colombia.
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