Alejandro Samper


“Infortunadamente, en Colombia aún no hay una mujer que hable de fútbol como debe ser”. La frase la soltó el martes el comentarista deportivo Jorge Andrés Bermúdez, durante un conversatorio en la Corporación Unificada Nacional - CUN. La afirmación cayó como puño al hígado de muchos que no dudaron de calificarlo de “machista”, pero el tipo - lejos de retractarse - se justificó diciendo que “Colombia es un país machista y atrasado”.
Estas declaraciones se dan una semana después de que en la Universidad de Manizales se diera el conservatorio entre las periodistas deportivas Camila Espinosa y Juliana Salazar, en las que dejaron claro que hay desigualdad laboral en su campo, pero a pulso y demostrando sus capacidades, se hacen a un espacio. Juliana, por ejemplo, es comentarista principal en Caracol Radio de varios partidos de la Liga colombiana. Si eso no es hablar de fútbol “como debe ser”, entonces ¿cómo es? ¿Con el estilo virulento de Bermúdez? ¿Con el de la gritería por encima de los argumentos que se ve en el canal Win Sports o el de pontificar sobre lo divino y lo humano del formato argentino de Fox Sports?
Y no solo son Camila y Juliana. Están Melissa Martínez, Liliana Salazar, Andrea Guerrero, Yanjane Meneses, Sheyla García, Pilar Velásquez, Marina Granziera, Clara Támara, Lizet Durán, Johana Palacios, Ana María Navarrete, Lina Moreno, Olga Lucía Barona, Sarah Castro y muchas otras.
Ni hablar en el exterior. La actual subdirectora de Mundo Deportivo, la española Cristina Cubero, tiene un currículo que le da tres vueltas a Bermúdez: Siete Juegos Olímpicos, siete Mundiales, siete Super Bowl y cuatro Copas América. Además, fue la primera mujer en entrar y cubrir un partido de fútbol en Arabia Saudí.
Cada una con su estilo, que es “como debe ser”. Pero algunos de los nombres mencionados, al buscarlos en internet, no se registran por sus méritos como periodistas sino por su belleza. Porque a eso reducimos sus capacidades: a cuestiones de escotes y piernas.
Refugiarse en el machismo, en el atraso en la estética o en Dios - como sucede con el aborto -, es excusa para no querer soltar las riendas de lo que el feminismo llama “patriarcado”. Es abstenerse a cambiar. A no querer escuchar y reconocer que - por siglos - nos hemos metido y legislado en temas que no nos incumben, formando en los hombres una superioridad falsa.
Quienes tienen derecho a decidir sobre sus cuerpos, profesiones, oficios y futuro, son ellas; nosotros, a callar. Hacerlo es caer en el ridículo. Como ese foro sobre lactancia materna organizado por la secretaría de Salud de México y al que no invitaron mujeres. Ni una en un panel de once participantes, militar incluido.
La cuestión tampoco es de inclusión. Eso es tener una mujer en el grupo para cumplir la cuota - como sucede en la política, en grupos de trabajo o en programas deportivos. Esto es de reconocimiento… y, en el caso del comentarista Bermúdez, dejar la puta envidia y reconocer su mediocridad disfrazada de machismo.
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