“No lo puede tratar mal Petro, pero yo sí lo puedo tratar mal”, alega el senador y jefe de debate del Pacto Histórico - PH, Roy Barreras, en ese video que circuló esta semana sobre las reuniones privadas de esa colectividad en las que planean atacar y desmantelar a los candidatos del centro Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria. En otro audio, los colaboradores del candidato presidencial Gustavo Petro hablan de inventar que Federico Gutiérrez tenía nexos con narcotraficantes. Y otro más sobre visitar cárceles para hacerle promesas a delincuentes extraditables con tal de que difamen o muevan sus influencias para ganar votos.
Ese es el rol del lagarto Barreras, y el del congresista y estratega del PH, Armando Benedetti; y el del exsecretario general de Palacio y actual asesor de Petro, Alfonso Prada: conseguir votos como sea, sin importar las formas y los modos. Son los encargados de la guerra sucia en la política. Sí, son unos rastreros, pero han tratado de vender esta noticia como si fuese novedad.
La campaña sucia en la política ha existido desde que los humanos nos organizamos como sociedad. Hermanos que se traicionaban para quedarse con el trono, alianzas con tribus rivales… hasta la conspiración de los idus de marzo se convertiría en el hilo conductor de la obra La tragedia de Julio César, de Shakespeare. Es una actividad que se maneja en círculos y discusiones privadas - como la del video - en la que se asignan tareas desagradables y de las que solo conocemos los resultados.
Daniel Eskibel, que es consultor político y experto en psicología del votante, dice de la campaña sucia: “distorsiona la realidad, inventa, atribuye cosas que no son reales. Y lo hace a sabiendas, con el único objetivo de dañar al otro sin importar cual sea el medio utilizado. Para ello atraviesa las fronteras de la ética, de la dignidad, del decoro… No busca ilustrar al público ni prevenirlo. Busca engañarlo”. Y no se equivoca.
La actual carrera por la presidencia de Colombia no tiene atisbos de ética, dignidad o decoro. Se destaca por la ausencia de ideas y la mínima exposición de programas de gobierno; por el contrario se ha enfocado en la polarización, en la manipulación de las emociones del electorado y en la difamación. Llegamos al colmo de que un político serio, como lo es Jorge Enrique Robledo, arma escándalo sobre el lugar de nacimiento de Gustavo Petro. No sobre inversión social, no sobre las importaciones y los efectos sobre los agricultores (temas que domina el senador del movimiento Dignidad), sino si el candidato del PH nació en Zipaquirá o Ciénaga de Oro. Está como la Federación de fútbol de Chile: queriendo llegar al Mundial a través de demandas.
Pero no nos engañemos, esto ya se había visto. ¿Acaso olvidamos el video del hacker Sepúlveda y el entonces candidato Óscar Iván Zuluaga, en el 2014? ¿Los narcocasetes de Pastrana en 1994? ¿Cuando el entonces presidente Álvaro Uribe llamó “caballo discapacitado” al candidato presidencial Antanas Mockus en el 2010? ¿El “estábamos buscando que la gente saliera a votar berraca”, del uribista Juan Carlos Vélez, quien orquestó una campaña de mentiras para engañar a los colombianos con tal de que votaran en contra de los Acuerdo de Paz?
Lo de Barreras evidencia la vileza que impera en la política. Es, sin embargo, la misma bajeza que manejan los contradictores de Petro que hoy, infundados de falsa moral, se rasgan las vestiduras en las redes sociales posando de morales y éticos, mientras sus compañeros de partido son detenidos en el Congreso por corruptos.
La política es un asco. Hace rato dejó de ser esa ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, para convertirse en la defensa de los intereses de unos pocos que buscan esa plataforma para hacerse ricos, ganar poder y gobernar a conveniencia sea como sea. Como dicen por ahí: “es mejor no saber cómo se hacen las salchichas… ni las leyes”.
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