Para agosto del 2022 los caldenses podremos celebrar que, tras décadas de planeación, movimiento de tierras y millones de pesos invertidos y enterrados, aterrice el primer avión en Aeropalestina. O Aeropuerto del Café. O aeropuerto Iván Duque Márquez - Aeroiván, como propuso la semana pasada - en explícita lambonería - el contralor general de la República, Carlos Felipe Córdoba Larrarte. Dos años para que se cumpla ese proyecto que, más que un sueño, es una cuestión de tozudez para la región: se hace porque se hace.
El presidente Iván Duque, acompañado de ministros, políticos regionales y una buena cantidad de lagartos, prometió - desde el terraplén de Palestina - que allí sí se haría un aeropuerto con el fin de impulsar la región en cuestiones de competitividad, conectividad y turismo. Además, para que Manizales no quede relegada ante las otras capitales del Eje Cafetero que tienen terminales aéreas internacionales.
Y aseguró que ya hay un patrimonio autónomo supervisado para que los recursos no se pierdan. Que hay una consultoría “de primer nivel” vinculada al Banco de Desarrollo de América Latina y una hoja de ruta para tener todo terminado en 30 meses. Debo admitir que me emocioné al leer esas promesas en LA PATRIA, pero a lo largo de la semana las voces de expertos y opositores al proyecto me fueron aterrizando.
Comenzando por la plata. “Hasta el momento, el proyecto cuenta con más de 50% de su cierre financiero. Para ejecutar estas obras, la Nación aportará $350.000 millones y la región alrededor de $125.000 millones”, señala la revista Dinero, lo que da la sensación de confianza. Entonces uno recuerda que ya Inficaldas e Infimanizales habían invertido $188.000 millones que se fueron en unas pantallas faraónicas para sostener el suelo inestable de esa meseta de la que, como dice el economista Guillermo Trujillo, todavía falta mover “100 millones 200 mil metros cúbicos” de tierra para poder hacer la primera fase de la pista (1.460 metros de longitud). Para el analista esto es un despropósito y son recursos que la región podría invertir en otras cosas diferentes a continuar alimentando “el mito” de este aeropuerto.
A esto se suma que faltan predios por comprar, como se lo dijo Alejandro Arango, gerente de Infimanizales, a la emisora UMFM, y que el diputado Juan Sebastián Gómez señaló que todavía no hay certificado de disponibilidad presupuestal para Aerocafé “ni proyecto de vigencias futuras ante el Concejo de Manizales”. Palabras más, palabras menos, todavía no está la plata completa.
El segundo punto que preocupa es la experticia de quienes asumirán la obra. Entre los postulantes está la empresa de telecomunicaciones e infraestructura Fibercell Internacional que, como afirmó Leonardo Alzate López, ingeniero y presidente de la empresa, no ha construido un aeropuerto. Y el tercer ítem es el de la frustración que sentiríamos los caldenses al no ver que este proyecto se concrete. Se convertiría en ese enorme elefante blanco en la cima de una montaña al que las futuras generaciones señalarán y dirán: “ahí se enterraron tantos hospitales”, “ahí se gastaron tantos millones que podían haberse destinado para la construcción de no sé tantas viviendas”, “con eso se organizaba, por años, un PAE que envidiarían en el mundo”…
Si algo hemos aprendido, y que la historia nos ha mostrado, es que en agosto del 2022 los caldenses veremos al presidente electo visitando Palestina y prometiendo que Aerocafé será una realidad antes de terminar su periodo. O anunciando que esos terraplenes serán usados para la construcción de viviendas de interés social del barrio Iván Duque Márquez.
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