Alejandro Arias Díaz

Es paradójico que la inteligencia humana, al haber sido usada para saciar nuestra codicia material, tenga como resultado proyectarnos en la historia de la Tierra cómo la primera especie que será responsable de su propia extinción. ¿En verdad eso es inteligencia?... Los seres humanos hemos construido un sistema político, económico y socio-cultural que ha demostrado con creces su inviabilidad para el planeta Tierra. Presenta un total desequilibrio con la naturaleza, su desarrollo va en contravía de la prosperidad de la vida, y su carácter devorador e inclemente, es alimentado a diario por sentimientos de ego, individualidad, envidia, hipocresía, intolerancia, venganza, competencia, mentira y rencor. No hace falta un profundo análisis para evidenciar la injusticia, insensatez, indolencia e incoherencia que estructuran la columna vertebral del funcionamiento de nuestra civilización.
¿Qué significa SER humano? ¿Qué implica tener consciencia? ¿Somos conscientes?
Cada persona representa un complejo sistema orgánico y bioquímico en constante interacción con el medio físico. Podemos distinguir sensaciones externas con nuestros sentidos, así como experimentar emociones internas con nuestros sentimientos. Somos organismos que condicionamos nuestro entorno en función de las circunstancias, tanto externas como internas, en las que se desarrolla cada quien. Ambas resultan a la vez causa y efecto, por su inherente influencia en doble sentido.
El principio esotérico de polaridad establece que todo es doble, todo tiene su par de opuestos (e.g. norte-sur; blanco-negro; felicidad-tristeza; etc). Todas las personas hemos experimentado los extremos de amor y odio. Pero me cuesta entender por qué, al evaluar el curso de hitos que cimientan nuestra historia evolutiva, pareciera que los antivalores han sido, en la gran mayoría de los casos, los que han guiado las acciones que nos ponen hoy en el lugar de crisis en la que nos encontramos.
Es curioso cuando comparamos con nuestros ancestros más antiguos la estrepitosa evolución que ha presentado el desarrollo cognitivo, (i.e. perfeccionamos el lenguaje, avanzamos en los números, progresamos en la ciencia y tecnología). Absolutamente al margen y rezagado quedo el desarrollo espiritual, que no trasciende ninguna barrera, que se quedó inmóvil y estancado lamentando el paso del tiempo, mientras la humanidad se consume a sí misma y a la naturaleza, dejando a su paso sufrimiento, muerte, hambre y necesidad.
Soy de aquellos que sueñan hacer parte de una historia futura en la que los valores y los principios ético-morales guíen por primera vez el devenir de nuestra sociedad. Y en el contexto de crisis climática y ambiental actual, es imperativo redirigir el rumbo de nuestra civilización. De eso depende no sólo la supervivencia humana, sino la de miles de especies de organismos (plantas y animales) con los que coexistimos en el planeta Tierra.
Para mí, uno de los mayores retos radica en que los sistemas pedagógico-académicos son obsoletos, no responden a las necesidades ni a los problemas actuales, y tampoco utilizan las herramientas disponibles con la era digital y tecnológica. En la era de la información, continúan obligando a la memorización. En la era de la innovación, continúan estandarizando con mecanización. Incluso aun cuando la naturaleza nos enseña que la diversidad es el mayor indicio de prosperidad, nuestro Sistema continúa en la cruzada de homogenización de las personas. La sostenibilidad únicamente será posible con equidad, justicia, respeto, sinergias, gratitud, generosidad, empatía y cooperación. Por ello la educación debe fundamentarse en valores y principios de formación que motiven el sentido crítico a través de discernimiento y reflexión. Necesitamos preguntarnos cuánto es suficiente. Necesitamos entender que somos geo-eco-dependientes. Necesitamos cuestionar la esencia de la vida. Necesitamos una jerarquía social más horizontal. Necesitamos resignificar el concepto de SER humanos. Sólo así tendremos sostenibilidad.
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