Estuve de paseo en Cali y quedé deslumbrada con su río omnipresente, que suena y embellece todo a su paso. Al presentar su novela «Los abismos» Pilar Quintana explicó esa presencia acuífera en su obra: “Yo crecí al lado de un río con meandros, piedras, iguanas, árboles gigantes y naturaleza. Esas características fueron determinantes para valorar la ciudad; lo noté cuando llegué a otras y extrañé la presencia de los árboles”. Se refiere al contraste con Bogotá, en donde el río está pavimentado, canalizado y muerto.
El amoblamiento urbano alrededor del río Cali permite oírlo y disfrutarlo en varios puntos que invitan a detenerse; a sentarse a ejercer la noble tarea de respirar y mirar correr el agua, una de las actividades más placenteras que existe: una pausa terapéutica de efecto inmediato. Ese mismo alivio me regalé hace meses en Honda, ciudad sin atractivo cuando uno se limita a cruzarla de paso para Bogotá, pero que con un desvío de solo dos cuadras ofrece una arquitectura colonial luminosa, con numerosos puentes y bancas para disfrutar las corrientes y remolinos del Magdalena y el Gualí.
Algo parecido ocurre con la Ronda del Sinú, en Montería, un parque lineal de 4 kilómetros lleno de iguanas, micos, perezosos, aves y árboles, con un embarcadero desde el que se pueden abordar planchones para pasear por el río y ver a los pescadores artesanales en sus canoas.
Hace poco Barranquilla inauguró otro tramo de su Gran Malecón, 5 kilómetros que bordean el río Magdalena y que se convirtieron en el atractivo turístico más visitado de la ciudad, aunque no sé si más concurrido que el río Medellín, que atrae a miles con los alumbrados navideños, pero no solo con ellos: en 2015 empezaron a construir Parques del Río, una obra de espacio público y paisajismo que integra ambas orillas del río con prados, ciclorrutas y árboles.
Podría seguir enumerando ciudades que ven sus fuentes fluviales como espacios públicos para la protección ambiental, el encuentro ciudadano, el ocio y el turismo. Los ejemplos abundan y si los menciono es porque me dan envidia: quisiera algo similar para Manizales. Nueva York y el Hudson, Washington y el Potomac, Londres y el Támesis o Glasgow y el Clyde, un río que esta semana conocieron los burócratas colombianos que aprovecharon el Halloween para disfrazarse de defensores ambientales en la Cumbre mundial del clima, mientras acá fumigan con glifosato o imponen días sin carro particular que generan más polución.
Ahora que por fin se adjudicó (con retrasos y sobrecostos) la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR), que ayudará a limpiar las aguas que llegan al río Chinchiná, resulta oportuno recordar que la quebrada Olivares también atraviesa Manizales con aguas contaminadas que van al Guacaica y desembocan en el río Chinchiná. Una solución integral para esa cuenca implica descontaminar la quebrada Olivares, que nace en la Reserva de Río Blanco, de enorme biodiversidad, pero recibe residuos de minería, ganadería extensiva y vertimientos de casas y talleres, mientras cruza paralela a la Avenida del Río, como una cicatriz que evadimos mirar.
El centro comercial Mall Plaza, las moles de apartamentos que crecen en la Baja Suiza y todos los habitantes de la comuna de Bosques del Norte son usuarios directos de este sector. En un costado de la Avenida del Río hay un letrero blanco y grande que dice “Olivares”, de esos que invitan a tomarse fotos, aunque jamás he visto a alguien posando en ese aviso sucio y enmontado, como la quebrada que lleva su nombre.
Cuando paso por ahí mi render mental construye una alameda con jardines, bancas, espacios con juegos para niños y muchos árboles. Veo miradores en guadua para avistamiento de aves y mesas para tomar café al aire libre. Fantaseo con un gran parque lineal hasta la salida hacia Neira o incluso hasta el Puente Olivares. El nombre “Avenida del Río” me lleva a imaginar un río y a pensar en lo bonito sería vivir en una ciudad atravesada por uno que se pueda ver, oír y disfrutar. Luego cambia el semáforo y reacciono: de la Avenida del Río por ahora solo tenemos la calle.
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