Acabo de leer un libro demoledor: «Sofoco», de Laura Ortiz Gómez, ganadora del Premio Nacional de Narrativa Elisa Mújica. En «Tigre Americano, Panthera Onca», uno de los nueve cuentos, escribe: “A Luisa también. Y a la Mónica. No les vaya a decir que yo le conté, a ellas les da mucha vergüenza. Pero solo le cuento esto para que vea que usted no está sola. Que les ha pasado a muchas. Ellos no tienen alma y no se merecen nada”.
Ese fragmento me remitió a otros. En «Estaba la pájara pinta sentada en su verde limón» una de las grandes novelas colombianas, Albalucía Ángel escribió en 1975 una escena en la que Ana, de nueve años, presencia al escondido la violación de su nana, que anticipa la que ella sufrirá unas páginas después: “Saturia que no, que yo no quiero, y otra vez con los gritos, y entonces el hombre le taponó la boca con la ruana”.
Pilar Quintana escribió «Violación», un cuento en el que al día siguiente violador y víctima actúan como si nada hubiera pasado, y en el poema «La mata», sobre la masacre del Salado, Eliana Hernández escribe: “Me lo hicieron con un cuchillo, dice la mujer y señala una marca en el brazo. También me hicieron cosas peores que no puedo decir”.
No es casual que la literatura escrita por mujeres hable de ataques sexuales en contextos de secretismo o silencio: la violencia sexual es una tragedia omnipresente de la que poco se habla por razones que van desde la vergüenza o la revictimización hasta el subregistro y la impunidad.
Los cuerpos de las mujeres han sido parte del botín bélico en Colombia. En el informe de violencia sexual «La guerra inscrita en el cuerpo», el Centro Nacional de Memoria Histórica confirmó que entre 1958 y 2016 hubo 15.076 víctimas de violencia sexual por el conflicto armado y el 91,6% fueron mujeres. La variedad de vejámenes da cuenta de las múltiples posibilidades del horror: violación sexual, desnudez forzada, abuso sexual, mutilación genital, acoso sexual, obligar a presenciar actos sexuales, tortura sexual, embarazo forzado, esclavitud sexual, aborto forzado, anticoncepción forzada y cambios forzados en la corporalidad son algunas de las siniestras variaciones que perpetraron paramilitares, guerrilleros y agentes estatales.
Estos antecedentes iluminan el presente. La ONG Temblores documenta desde 2017 la violencia sexual y basada en género cometida por miembros de la policía. Pasamos de tener un caso cada 10 días en los últimos 4 años a 3 casos diarios en las últimas tres semanas. Hasta el 18 de mayo iban 27 denuncias por acoso sexual, desnudamiento forzado, tocamientos y violación.
Alison Meléndez, de 17 años, denunció en sus redes antes de suicidarse que los policías “me bajaron el pantalón y me manosearon hasta el alma”. La mamá otra joven de 18 contó que seis miembros del Esmad amenazaron a su hija con “lamerla y violarla”. Una caleña dijo que “se acercó uno del Esmad y abusó de mí” y otra declaró que en una URI la tocaron y pellizcaron sus senos. En un video del 3 de mayo se oye a un miembro del Esmad decirle a un compañero sobre una manifestante: “déjela pasar y hágale lo que quiera”, y una patrullera, contó que en medio de las protestas junto a un CAI en Cali “un hombre se puso sobre ella, le quitó la chaqueta, y la tocó “por todo mi cuerpo”. Además de golpearla “empezó a besarme””.
En junio se cumple un año de la violación de una niña embera katío de 12 años en Risaralda por siete militares. Por ese hecho se conoció que desde 2010 habían sido investigados 326 miembros del Ejército por abuso y acoso sexual. 162 delitos fueron contra menores de edad.
Si la protesta social es un derecho constitucional sería útil esforzarse en escuchar qué reclaman los manifestantes. Limitarse a hablar únicamente de bloqueos, vándalos o infiltrados que deslegitiman la protesta implica silenciar los complejos y múltiples matices de quienes salen pacíficamente a las calles. ¿Qué piden las mujeres jóvenes que van a marchar? Además de educación, empleo y aborto gratuito y seguro hay otra solicitud recurrente: desmontar el Esmad y reformar la fuerza pública. Los hechos les dan la razón.
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