A Francisco Alvarado Bestene todo el mundo lo conoce como Pacho. Cuando digo todo el mundo me refiero a su mundo: su esposa Irma, sus hijos Amira, Julián, Afiffe, Pamela y David, los amigos que ha cultivado en sus 65 años de vida y los llaneros que lo acompañan a pescar por los ríos de Arauca.
Dicen que Pacho Alvarado es un comerciante querido, simpático. Siendo joven le amputaron una pierna, pero es tan jovial que a los dos minutos el interlocutor olvida las muletas y su situación de discapacidad. También sufre de hipertensión, pero la controla con pastillas y dieta.
Digo controla pero quizás controlaba. En su mundo nadie lo sabe. El 2 de julio del año pasado un grupo armado llegó a las 2:30 p.m. hasta su casa, en pleno centro de Arauca. Lo alzaron “como un bulto de papas” y lo montaron en un carro con placas venezolanas que condujeron hasta el Río Arauca en donde los esperaba una canoa para cruzar al estado de Apure, en Venezuela. Se demoraron 4 minutos en salir del país, y hasta ahí llegó cualquier ilusión de persecución o búsqueda.
Pacho Alvarado no tenía amenazas ni enemigos. Su hermano Ricardo fue gobernador de Arauca y en esa relación quizás podría estar la explicación de su secuestro. Se sospecha que a Pacho se lo llevaron las disidencias del Frente Décimo de las Farc. Ricardo sufrió un infarto hace una semana y le hicieron una cirugía de corazón abierto. El secuestro, ya se sabe, puede ser mortal. En medio de la incertidumbre lo único seguro es que lo llevaron a Venezuela y que, aunque ya han pasado siete meses, la Cancillería no ha emitido una nota de protesta ni nada parecido, y el Alto Comisionado de Paz, Miguel Ceballos, tampoco ha dicho ni mu.
Este 28 de enero la Sala de Reconocimiento de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) imputó cargos a ocho miembros del antiguo secretariado de las Farc por crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra, por los secuestros de 21.396 personas, y por delitos relacionados con esos secuestros, como homicidio, tortura, tratos crueles, atentados a la dignidad personal, violencia sexual y desplazamiento forzado.
Como han dicho varios analistas, esta decisión de la JEP es trascendental en nuestro marco de justicia transicional. Los acusados tienen 30 días para pronunciarse y la conclusión de este proceso puede significarles penas de hasta ocho años de detención, que es menos de lo que esperan quienes claman venganza con frases como ¡qué se pudran en la cárcel! pero es mucho más de lo que iban a pagar si continuaban alzados en armas, como estaban desde 1964. Hay que recordar que el proceso de paz promovido por Juan Manuel Santos logró la desmovilización de 6.804 guerrilleros y la entrega de 7.132 armas, más explosivos y municiones. Y también hay que recordar que 255 excombatientes que le apostaron a la reincorporación han sido asesinados en medio de la impunidad total y la indiferencia del Estado colombiano.
Lo primero que leí este miércoles al despertar fue un mensaje de Yolanda Ruiz, la directora de RCN Radio, quien escribió en Twitter: “Hoy reportamos el secuestro de varias personas. Dos soldados en Norte de Santander, dos ciudadanos extranjeros en el Cauca. En Tarazá la masacre de tres mineros. Esto sigue pasando aunque poco se vea en medio de la pandemia”.
Lo leí y pensé en Pacho Alvarado, en la continua angustia que vive la familia de un secuestrado y en lo particularmente complejo que debe ser el cautiverio para alguien con discapacidad. Pensé en él y en las paradojas que nos atraviesan: la esperanza por el avance incuestionable de la JEP, pese a sus enemigos y, al mismo tiempo, la masacre a cuentagotas de los desmovilizados de las Farc, y el número creciente de disidencias que viven del narcotráfico, que será rentable mientras persista la prohibición del consumo de drogas.
Tomás González publicó en 2010 “Abraham entre bandidos”, una novela sobre el drama del secuestro. Allí escribió: “la gente volvía a hacerse ilusiones y a pensar que ahora sí llegaría la paz. Uno se engaña. Algún día se acabarán, claro, porque nadie se acostumbra a que anden matando así a la gente (ni siquiera los que matan), pero vea usted en lo que estamos todavía”.
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