En el paro nacional del miércoles un grupo de indígenas derribó la estatua de Belalcázar en Cali. Al verlo recordé una reunión en la que estuve hace años, con lo que llaman “fuerzas vivas” o “líderes” de Caldas. Presentaban una megaobra que debía concertarse con un resguardo indígena porque toca su territorio. Cuando alguien preguntó ¿qué van a hacer? la respuesta en tono de broma fue: “Es lamentable que don Sebastián de Belalcázar haya dejado su tarea a medias”. Hubo risas.
Mi abuelita decía que la memoria solo sirve para recordar bobadas. Ese diálogo de pocos segundos pudo ser una bobada para quienes estuvieron ahí, pero se me tatuó como símbolo del abismo (la grieta, diría Doris Salcedo) que distancia a ciertas élites del sufrimiento de los indígenas, campesinos y la gente pobre de este país, que según el Dane aumentó 6,8% frente a 2019. Colombia tiene 21 millones de pobres y la pandemia aportó 3,5.
El problema de los más vulnerables no se reduce a no tener plata para sobrevivir. Su drama político y social consiste en que a muchos de sus voceros los matan o amenazan. Hace 15 días publiqué una columna que titulé «¿Por qué no los matan?», a raíz del último libro de Ariel Ávila sobre el asesinato de líderes sociales y las particularidades de Caldas, y el profesor Walter Castaño me envió una reacción en la que explica lo contrario: «Por qué los mataron». Me alegra cuando de vez en cuando alguna columna genera una conversación argumentada, que trasciende el insulto veloz de las redes sociales, y por ello comparto acá dos fragmentos de lo que explica el profesor:
“Cada asesinato guarda las características de un crimen de Estado producto de lo que se conoce como la Doctrina de la Seguridad Nacional (...) Esta política se evidencia en el asesinato selectivo, la persecución y aniquilamiento de proyectos políticos alternativos, del movimiento sindical, social, estudiantil e indígena en todo el país y, por supuesto, aquí en nuestro “remanso de paz”. Rubén Castaño, Luis Alberto Cardona, Libardo Rengifo, Marleny Rengifo, Josué Giraldo, Avilio Cortés, María Fabiola Largo, Gabriel Ángel Cartagena, Ramón Castillo, Gonzalo Castaño, Carlos Betancur, Luis Ángel Chaura, Bernardo Jaramillo, Hernán Ortiz, Robeiro Pineda, Héctor Julio Ortiz, las masacres de La Rueda y La Herradura en los resguardos indígenas de Riosucio, son algunos tristes ejemplos de la política estatal de estigmatización contra diferentes sectores en este genocidio continuado y extendido. El impacto de estos asesinatos se ha traducido en el desmantelamiento de organizaciones sindicales, sociales, comunitarias, además del daño sociocultural, político, sicológico y familiar”.
“En los años más críticos de la guerra sucia en nuestro departamento “modelo”, la llamada clase política y empresarial había, eso sí, cooptado prácticamente todas las instituciones en una orgía de corrupción donde no había diferencia entre gobierno, Estado y sus partidos políticos. Ahí están con nombres propios los unos acusados del tristemente célebre Robo a Caldas y los otros por sus nexos con el paramilitarismo. Pero también están ahí todos los fallos emitidos por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en los que se demuestra claramente el carácter de un Estado infractor que ha practicado y practica una política de persecución contra las organizaciones sociales y de oposición de izquierda en nuestro país”.
A la lista de líderes caldenses asesinados elaborada por el profesor Castaño se sumó este miércoles otro más: Wilson de Jesús López Cifuentes, un campesino que lideró el retorno a El Congal, la vereda de Samaná que incendiaron el 19 de enero de 2002 las Autodefensas del Magdalena Medio, comandadas por el desmemoriado Ramón Isaza. 54 familias abandonaron su tierra y solo en años recientes se animaron a volver. En la noche del miércoles le dispararon a Wilson en la vía entre Aguadas y Sonsón y otro líder del Congal, Jhon López, tuvo que exiliarse hace más de un año por amenazas.
Lamento este nuevo asesinato, pero me parece aún más triste el silencio o la nula reacción que este crimen genera en nuestras “fuerzas vivas”, “líderes”, autoridades, dirigentes o el nombre que quieran darse. Otro ejemplo de la enorme grieta que nos separa, y que crece al ritmo de la pobreza.
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