Ya lo han dicho: deberíamos poder votar en las elecciones de Estados Unidos porque cualquier decisión de allá nos afecta acá. “Acá” aplica para todos los sitios del planeta. Y no digo que afecta “para bien o para mal” porque suele ser para mal, empezando por la absurda guerra contra las drogas, que terminará el día en que ellos produzcan y exporten cocaína y marihuana.
Faltan ocho meses, pero así como nosotros sabíamos que ganaría “el que diga Uribe” allá también ganará el de la confianza inversionista: Trump sucederá a Trump y será presidente “great again”, duélale a quien le duela, incluyéndome.
Hay varias razones: el Impeachment terminó con la absolución del Congreso; las iglesias cristianas y su discurso ultraconservador tienen creciente poder; firmaron un preacuerdo comercial con China, y, por supuesto, ser candidato-presidente desde la Casa Blanca trae ventajas que van desde acceder al avión presidencial, recursos públicos y miles de funcionarios, hasta aparecer todos los días en las pantallas de todo el orbe.
Más allá de eso, la política electoral consiste en construir narrativas y Trump va a ganar porque el gringo promedio, incluso el que detesta a Trump, repite que la economía va bien: su moneda está fuerte, no tienen desempleo, sus negocios prosperan, hay nuevas industrias y el miedo al desastre económico, que cundió después de la crisis financiera de 2008, está conjurado.
Lo que deciden allá nos afecta acá: Después de Trump llegó Bolsonaro a Brasil y los civilizados ingleses eligieron a Boris Johnson, porque el mal ejemplo cunde. En Colombia ya no hay reelección y en dos años elegiremos presidente: si seguimos con la narrativa “Uribe vs Petro” volverá a ganar el que diga Uribe, como ha ocurrido en todo este siglo, salvo en 2014, duélale a quien le duela, incluyéndome.