«Ellos llegaban a las casas a tocar a cualquier hora, y sacaban al esposo de uno de la cama y ellos se metían y abusaban de uno, porque sí. Porque ellos querían o porque simplemente en la vereda éramos muchas muchachas jóvenes y el que se enamorara de una muchacha, esa era para él. En la vereda decían “lo que le pasa a todas las mujeres de acá es porque a todas les gusta”. O sea, para los hombres de la vereda era como si fuéramos unas prostitutas que queríamos acostarnos cuando ellos quieran, y era a cualquier hora, podría ser en la noche o en el día. Si no querían se las llevaban para el cafetal y les hacían el baño maría, que era pegarles con una chancla mojada hasta que le sacaran sangre, dos o tres días. El comandante de los urbanos andaba en camioneta, con sus guardaespaldas, él decía que él quería ser mi marido, y yo “no, yo soy casada”, y él decía: “A mí no me importa”. Yo estaba en embarazo y fue la primera vez que abusó de mí. Yo tenía 17 años, mi esposo no decía nada, era callado. Pero a él le pegaban, lo sacaban de la casa, lo hacían dormir en el patio, para él quedarse dentro de la casa, yo no me podía mover. […] Nosotros no teníamos para dónde irnos, nos vinimos a buscar a mis papás, también se habían desplazado. Prestamos una casita a las afuera de Salamina y mi esposo empezó a trabajar en agricultura. Pasaron dos años cuando tocaron a la puerta a media noche, abrimos y era él [llanto]. Y cogió a mi esposo y lo amarró y le pegaba delante de los niños, estaban muy pequeños. […] Nos obligaban a ir a reuniones al Tambor, que era una vereda de La Merced, ellos llegaban en camionetas y recogían a la gente y los llevaban por allá, o sea, nosotros éramos como las mascotas de ellos. […] Mi tercer hijo fue producto de las violaciones porque no solamente era él, era cualquiera que quisiera dormir con uno. En Salamina hay una farmacia donde venden pastas para un aborto, valían 100.000 pesos. Mi esposo me decía que íbamos a abortar pero esa plata no la teníamos, la prestamos, fui a esa farmacia, me introduje una pasta, me dieron a tomar y me dijeron que a las dos horas, cuando estuviera en la casa me tenía que tomar la tercera pasta y subir los pies, dos horas y con eso abortaba. Lo hicimos así y a mí nunca me dieron dolores, nunca me dieron cólicos, nunca me dio nada, ni una mancha, nada. Yo comprendí que el niño era para este mundo».
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Este testimonio es uno de los muchos que trae el el Informe Final de la Comisión de la Verdad en su volumen sobre el Eje Cafetero. El pasado fin de semana la Comisión publicó en su web “Colombia Adentro”, otro capítulo del “Informe Final”, que en realidad es una gruesa enciclopedia de 10 tomos que incluye compilación de voces, análisis histórico y enfoques de género, étnicos y desde el exilio, entre otros.
“Colombia Adentro” son 14 libros, cada uno dedicado a una zona del país. El libro sobre el Eje Cafetero recoge la juiciosa investigación que entre 2019 y 2021 realizó un equipo interdisciplinario que trabajó desde Pereira y La Dorada, y que incluyó más de 300 entrevistas individuales y colectivas con víctimas, académicos, autoridades, militares, comerciantes, transportadores, excombatientes, campesinos, periodistas, exiliados, organizaciones indígenas, afro y sindicales, y una amplia gama de voces de Caldas, Quindío y Risaralda, que permiten describir el panorama de violencias armadas en el Eje Cafetero, desde antes del Bogotazo hasta hoy.
197 páginas recogen múltiples repertorios de terror que desde la temprana violencia bandolera se ensañaron en esta región. Tanta crueldad y sufrimiento contrastan con el relato oficial de “remanso de paz”, que reza que el Eje cafetero es un oasis verde y pacífico en medio del mar nacional de sangre. Esa actitud se parece a: “esconda el reblujo para que la visita no lo vea”. Ante ese negacionismo histórico este informe es una memoria de reparación.
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