Iván Duque aún no aclara lo que hicieron las fuerzas militares bajo su mando este 28 de marzo en Puerto Leguízamo, Putumayo. Mientras el ministro de Defensa Diego Molano —el mismo que hace un año justificó el bombardeo contra niños diciendo que eran “maquinitas de guerra”— asegura que fue un operativo contra disidencias de las Farc, múltiples voces denuncian una masacre en un bazar comunitario, que dejó 11 muertos incluyendo indígenas desarmados, mujeres y menores de edad.
Colombia parece un bucle eterno de mentiras recicladas. Aunque la buena fe se presume, no es fácil identificar a qué buena fe aferrarse cuando el lenguaje oficial se refiere a los campesinos que se oponen a la lluvia de glifosato como “narcococaleros”, y cuando el Ejército del gobierno Uribe dejó al menos 6.402 razones con nombre y apellido, aunque sin tumbas conocidas, para desconfiar de la honorabilidad de quienes portan armas que pagamos con nuestros impuestos para defender la Constitución y el estado social de derecho.
De los falsos positivos lo único nuevo es ese nombre macabro que se popularizó ante la ola de ejecuciones extrajudiciales, pero la pena de muerte aplicada por agentes estatales es una práctica antigua. Así lo recordaron los obituarios sobre Fabiola Lalinde, quien murió este 12 de marzo a sus 84 años. Su «Operación Sirirí», la búsqueda de su hijo como un ave minúscula persiguiendo a los gavilanes que roban polluelos, interesa en esta región porque el falso positivo que mató a su muchacho lo cometió el Batallón Ayacucho de Manizales.
Luis Fernando Lalinde estudiaba sociología en Medellín en la época en que el presidente Belisario Betancur hablaba de paz y la gente pintaba palomas en muros y calles. Luis Fernando militaba en el Partido Comunista y trabajaba en la reinserción del Ejército Popular de Liberación, EPL. El 2 de octubre de 1984 viajó a la vereda Verdún, de Jardín, Antioquia, para ayudar a un guerrillero herido en combate, y durante 12 años eso fue lo último que se supo de él. Fabiola averiguó durante 4.428 días en cuarteles y edificios públicos, hasta que logró reconstruir lo que pasó el 3 de octubre de 1984, el último día de vida de su hijo: militares lo sacaron a las 5:30 a.m. de la casa en la que estaba y “un encapuchado lo cogió y lo colgó en una pesebrera hasta las 8 a.m.. Luego lo amarraron a un árbol a todo el frente de la escuela, cuando los niños estaban entrando. La gente lo vio muy golpeado, botaba sangre, y los soldados le pegaban patadas”. Sus huesos fueron encontrados en 1996 en zona rural de Riosucio y esta fue la primera condena de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos contra Colombia por desaparición forzada.
El Batallón Ayacucho ocultó el crimen de Luis Fernando diciendo que se trataba de la baja en combate de un supuesto guerrillero llamado Jacinto. Ese horror de matar civiles y ponerles botas, uniformes o alias para quitarles no sólo la vida sino también la dignidad ha sido una práctica siniestra y reiterada en el conflicto armado colombiano. A los que creen que la guerra ocurre en Ucrania, Arauca o el Catatumbo, vale recordarles que entre 2006 y 2008 hubo al menos 132 falsos positivos en el Eje Cafetero.
Habrá quien piense que esa pesadilla ya pasó. No lo sé: ojalá muchos siriríes insistan en preguntar qué ocurrió en Puerto Leguízamo y quién dio la orden. Pero más allá de este caso, veo a un amplio sector de la sociedad que equipara sin el menor respingo las ideas de izquierda con los grupos guerrilleros, como si ser mamerto no fuera un derecho político sino un acto delincuencial. Se trata de una estigmatización ignorante (España y otros países europeos tienen gobiernos socialistas) pero además es peligrosa. Por señalamientos así desaparecieron a Luis Fernando Lalinde y exterminaron a la Unión Patriótica.
El lunes leí un trino de Gustavo Petro: “El proyecto uribista se originó en una aceptación social del paramilitarismo y hoy quiere seguir manteniendo la concepción paramilitar en el ejercicio del poder”. La frontera entre hechos y estigmatizaciones la delimitan las pruebas. El mensaje de Petro me sigue dando vueltas.
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