Estamos a ocho días de las elecciones del Congreso y todavía hay gente que no sabe por quién votar. Yo lo haré por Juan Sebastián Gómez para la Cámara (101 de la Coalición Juntos por Caldas), por Estamos Listas para Senado (lista cerrada en la que solo se marca el logo) y por Alejandro Gaviria en la consulta del Centro Esperanza. Pienso que siempre hay que votar, que es mejor no votar en blanco salvo casos excepcionales y que la decisión sobre por quién hacerlo corresponde a cada cual.
Me parece facilista y perezosa la afirmación “ninguno vale la pena” o “no hay candidatos que merezcan mi voto”. Extender esa generalización sobre 2.500 opciones de aspirantes refleja una superioridad moral fundamentalista, como la de Ingrid Betancourth.
Opciones hay y creo que quienes nos abstenemos de contribuirle a la democracia lanzándonos como candidatos (o mejor: que contribuimos absteniéndonos de aspirar) debemos hacer la tarea de revisar las listas de los que sí se lanzan para identificar opciones afines a nuestra concepción del Estado.
Conviene algo de pedagogía electoral: en Colombia tenemos un sistema que mezcla peras con manzanas, voto preferente con listas cerradas. El voto siempre se suma en primer lugar al partido; con el total de votos se establece el umbral, y a partir de ahí se define el número de curules para cada colectividad. Si un partido logra dos curules serán para los dos más votados en las listas abiertas, o para los dos primeros renglones en las cerradas.
Lo explico con un ejemplo: el Partido Liberal inscribió cinco candidatos entre los que están Andrés Felipe Betancourth y Octavio Cardona. El voto por Andrés Felipe va en primer lugar va para el Partido Liberal y si ese partido solo logra una curul entonces ese voto ayudó a elegir a Octavio Cardona, que será el más votado de esa lista. Lo mismo aplica para todos: usted puede votar en el Partido Conservador por Juana Carolina Londoño y terminar ayudándole a ganar a Félix Chica o viceversa.
Conclusión uno: no basta con que le fascine su candidato. Le tiene que gustar la lista completa o al menos el que más chance tiene en cada lista, si no quiere terminar ayudándole de carambola a un candidato que usted rechaza.
Conclusión dos: este es el momento de revisar los nombres de la lista por la que piensa votar.
Hay quienes buscan candidatos caldenses al Senado para fortalecer la presencia regional en el plano nacional. Esa es la función de los representantes a la Cámara y por eso el origen no es mi único criterio decisor, pero para quienes piensan así Humberto de la Calle me parece una excelente opción (Número 1 de Alianza Verde Centro Esperanza).
La política la hacen los políticos, con políticos y ojalá dentro de partidos políticos. No es cierto que todos sean bandidos ni que sean preferibles los “apolíticos”. No me parece justo pagarle $38 millones mensuales a un congresista cargado de buenas intenciones pero que apenas va a empezar a aprender qué es la Ley Quinta. De aprendices quedamos curtidos con Iván Duque. No voto por llaneros solitarios, por los que no ponen la cara en los debates ni por gente inexperta o sin formación.
Me interesan colectividades con identidad en temas fundamentales como la paz, el sistema económico y las libertades individuales. Eso no significa que todos los miembros de un partido piensen igual, ni que yo tenga una identidad del 100% con el aspirante. No lanzarse implica asumir que como en el espectro de opciones no estoy yo, busco entonces al más afín y no a mi clon.
Por último, hay quienes dicen que no votan porque las elecciones se las roban. Cada lunes después de los comicios un coro de quemados repite esa queja. Trabajé en la Registraduría y allá aprendí que el fraude es marginal. Sé que eso suena a “la corrupción en sus justas proporciones” de Turbay, pero es lo que hay: el fraude existe, pero lo relevante no ocurre en los puestos de votación sino hoy con la financiación de campañas: ¿quién pone la plata? ¿reportan los gastos? ¿violan los topes? Ahí está el detalle.
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