Español no fue mi materia favorita en el colegio. Me gustaban sociales, historia e incluso álgebra, pero español me daba pereza. Le encontraba poca utilidad a aprender que “vosotros hubisteis estudiado” era la conjugación en pretérito anterior, una forma que yo no habría usado antes, ahora ni después. La parte literaria de la asignatura era aún peor: Leímos «El moro» de José Manuel Marroquín y memorizamos nombres de autores y obras. Confundía «Los camellos», de Guillermo Valencia, con las «Memorias del cultivo del maíz en Antioquia», de Gregorio Gutiérrez González. Como no había leído esos poemas, las fichas de autores poco me significaban, y hoy que ya los leí pienso que por allá no quiero volver. A mis 13 años suponía que los escritores eran unos señores barbados que ya se habían muerto, y en consecuencia nadie, ni vosotros ni yo, hubiésemos podido predecir que dedicaría mi vida a trabajar con, desde, hacia y por la escritura.
No estaba en mis planes la lectura, pero ocurrieron cosas mínimas que labraron una vocación. Un día nos dijeron que sacáramos de la biblioteca el libro que quisiéramos leer en el siguiente período y escogí uno corto con ilustraciones, que cada cierto número de páginas resumía los hechos en una historieta. Era «Los hijos del capitán Grant» de Julio Verne, de la colección Ariel Juvenil Ilustrada. El libro incluía suspenso, emoción y final feliz, pero admitir que me encantó resultaba imposible: leer tenía fama de ser aburrido y reconocer que era chévere significaba dar pie para que me la montaran, que era como se llamaba el bullying de los 80.
Empecé a leer en casa. Mi mamá contaba que invirtió su primer sueldo en una colección de biografías y además de esos volúmenes también teníamos algunos libros del Círculo de Lectores. Eran gordos, con intrigas sobre espías, la Guerra Fría, y aventuras en Rusia, el norte de África o Gran Bretaña. Historias lejanas a mi contexto, escritas para el consumo veloz. Con ellos aprendí a perderle el miedo a los textos de muchas páginas, con letra pequeña y sin ilustraciones.
Luego llegó García Márquez. Sus libros no estaban en la biblioteca del colegio y ese carácter “prohibido” lo hacía muy atractivo. «Crónica de una muerte anunciada» representó un deslumbramiento, al igual que «El amor en los tiempos del cólera». Ahí entendí que la literatura también podía hablar de Colombia y del presente.
Ocurrieron otras cosas: no me gustaba Español, pero la profesora era amorosa, entusiasta y nos hacía reír; hubo un concurso de cuento en el que me fue bien; tuve libertad para leer lo que había disponible y papás que leían libros, revistas y periódicos en sus ratos libres. Hallé un entorno estimulante, que es lo único que se necesita.
A veces se olvida que esto de leer y escribir, tan cotidiano y normal, fue un privilegio exclusivo del clero y los hombres ricos durante varios siglos. En 1900 el 66% de los adultos colombianos era analfabeta, y entre las mujeres la tasa era muy superior. Que yo pueda escribir esta columna y que usted pueda leerla tiene mucho de azar: desde haber nacido en esta época y no en otra, hasta los hechos fortuitos que me sembraron el amor por las palabras.
Este viernes fue el Día del Idioma, la fecha que recuerda la casual coincidencia de la muerte de Shakespeare y Cervantes en 1616. “Mi patria es mi lengua”, escribió Pessoa, y “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, dijo Wittgenstein. Los 580 millones de hispanohablantes usamos una ínfima porción de las 93.000 palabras que tiene el español y eso significa que podemos expandir las fronteras de nuestro universo a medida que exploramos nuestro propio patrimonio lingüístico: el que construimos hoy y el que legaron por escrito los antepasados. En mi infancia el “Día del idioma” era una jornada tan solemne como la izada de bandera. Hoy quisiera celebrarla con alegría y gratitud con todos los que comparten conmigo este interés tan placentero: los profesores, los jefes-editores, los libreros amigos y los atentos lectores.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015