Adriana Villegas Botero


84, Charing Cross Road es un libro de 1970 que con el paso de los años se volvió una obra entrañable para libreros y amantes de las librerías. No se trata de una obra monumental. Es un librito sencillo que a través de cartas que comienzan en 1949 y se extienden hasta el 69 revela la comunicación que crece entre la autora, Helene Hanff, una escritora pobre de Nueva York, y Frank Doel, empleado de una librería de Londres. Es una amistad cómplice por los gustos compartidos, como pueden ser las relaciones con el librero de confianza.
Dudo que hoy sea posible un libro así. Para empezar ya nadie manda cartas por correo, y para seguir las librerías son cada vez más escasas. “Palabras”, “El hontanar de las quimeras”, “Letra2” y “Veyco” son algunos de los sitios que vendieron libros en Manizales y que hoy ya no existen. “Vendieron libros” es un decir: cuando se cierra una librería no se clausura un almacén. Desaparece un punto de encuentro que dinamiza la cultura en su entorno. En esa labor persisten hoy Leo Libros, que hace un mes celebró 25 años, y Libélula Libros, que recientemente abrió local en la nueva sede del Banco de la República. Otros espacios como Intermúsica o Ágora ofrecen libros y discos y a ellos se suman los sitios de libros usados. No son muchos más.
La Cámara Colombiana del Libro entregó esta semana el informe El libro y la lectura en Colombia que le pone cifras a las dificultades del mundo editorial: las exportaciones de libros vienen cayendo, el Estado ha dejado de comprar libros, los textos pirata están a la vista de todos, incluyendo a las autoridades encargadas de su control, y aunque hoy se editan más títulos que antes, el número de ejemplares por cada edición es menor.
El informe indica que en Colombia hay una librería por cada 112.917 y que en Caldas la cosa es peor: acá hay una por cada 164.340. Para este departamento el informe contabiliza 6 librerías y 11 puntos de venta de libros, que incluyen papelerías, grandes superficies y locales de editoriales religiosas. Todas en Manizales, así que si alguien de un pueblo se antoja de un título, debe encargarlo o viajar. Difícil así.
Lo llamativo del análisis es que los lectores vienen aumentando. En 2016 los colombianos leyeron un promedio de 2 libros por año, pero si se cuenta solo a quienes se consideran lectores el promedio es de 4,3 y va al alza. De cada 100 personas 77 se definen lectoras: de libros, periódicos, revistas, páginas web o redes sociales, en formato impreso o digital. Creo que ahí está una clave para empezar a entender los hábitos de lectura de las nuevas generaciones: leen más, pero gratis.
Me explico: a quienes nacimos en la época pre-internet nos acunó la pantalla del televisor, que absorbe ojos y oídos, en una actitud pasiva: uno se sentaba a ver lo que estuvieran dando en alguno de los dos canales. Lo de la TV paga vino después. Por el contrario, la lectura siempre fue paga: los libros de la casa, si los había, eran del Círculo de Lectores o enciclopedias compradas a plazos, y los periódicos y revistas llegaban impresos por el pago de una suscripción.
Las nuevas generaciones que crecen con celulares inteligentes y tabletas tienen el mundo en la pantalla e interactúan allí: deciden qué ver y cuándo. Si se aburren buscan otra opción. Las imágenes de Instagram y Youtube tienen muchos clics, pero también están al alcance de la mano crónicas sobre el submarino argentino, las cuerdas vocales de Shakira, cuentos o poesía. Todo está en la web, gratis. Se paga por el plan de datos, el Internet, o Netflix, pero pocos quieren pagar por material de lectura.
Estos hábitos afectan la industria editorial de libros y de periódicos. Producir contenidos de calidad exige personas preparadas y alguien debe pagarles. Esta semana Revista Arcadia anunció que solo sus suscriptores podrán leer algunos textos en su web, como lo hace El Malpensante. Desde hace poco El Espectador permite leer únicamente cinco artículos a quienes no están registrados en su plataforma.
Se trata de estrategias de supervivencia económica en un mundo inundado de noticias falsas y artículos malos, que requiere gente que haga curaduría y separe el grano de la paja: un librero como el de 84, Charing Cross Road o un editor de prensa. Por eso, además de quejarnos por las noticias falsas, podemos dejar de replicarlas y volver a pagar algo para leer contenidos que valen la pena. No veo otra salida.
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