No se necesita ser pitonisa para vaticinar las noticias de las próximas semanas: mañana se hablará del triunfo de la democracia, aunque la mitad de la gente no vote, haya más de un millón de votos nulos y resulten elegidos congresistas corruptos, que pueden inscribirse porque la justicia es demasiado lenta.
Pasada la euforia de los 268 ganadores vendrá la resaca de los 2.469 quemados. El que gana lo hace por mérito propio (o por dinero ajeno) pero el que pierde alega que le robaron. Dirán que hubo fraude, lapiceros que se borraban, jurados (o sea yo) vendidos, falta de pedagogía, topes de campaña risibles o copartidarios tramposos. Sobre todo esto último será noticia: denuncias sobre maniobras de compañeros de lista. Lo que callaron hasta hoy se sabrá mañana. Confesiones que suenan a venganza, o a llanto sobre la leche derramada.
Habrá transmisiones desde los escrutinios, incertidumbre por la conformación final del Senado y alguna trifulca entre seguidores de campañas hermanas. Saldrán perfiles sobre siniestros personajes, con hojas de vida cercanas a la Fiscalía, que se apoltronan en sus curules con el título de nuevos caciques regionales.
Vendrán también los análisis sobre la necesidad de reformar el sistema electoral, rediseñar el tarjetón, tener senado mixto, implementar el voto electrónico y controlar el dinero de las campañas. Algún recién elegido se comprometerá a presentar el proyecto de ley correspondiente, que luego se hundirá porque los encargados de aprobarlo son elegidos con el sistema actual y entonces no ven razón para reformarlo.
De esto se hablará hasta que empiece el Mundial de Fútbol.
Y dentro de cuatro años alguien podrá volver a publicar esta misma columna.