Sigo con interés los videos de “La redacción al desnudo” en los que Fidel Cano, director de El Espectador, explica cada semana los gazapos, errores y discusiones editoriales que permiten entender el trabajo que hay detrás de cada edición. En el de esta semana expuso un debate singular: El Espectador informó sobre el primer subsidio menstrual en Colombia, que otorgará Confama, y para ilustrar la noticia usó la fotografía de una toalla higiénica manchada. El periodista Daniel Samper Pizano envió un correo electrónico al periódico en el que cuestionó si “de veras se necesitaba la cruenta e intimísima foto”. La autora de la nota explicó: “Claro que es necesaria: hace parte de naturalizar la menstruación, algo tan normal como respirar, comer o rasparse, y quitar el tabú de que no se debe mostrar porque es sucio, antihigiénico o privado”. Con ese argumento la sangrienta foto siguió disponible en el sitio web.
Sé que desde el título esta columna puede repeler porque la menstruación es una palabra innombrable. En «El encantamiento», un artículo de 2019 de la escritora Carolina Sanín en la Revista Arcadia (¡cómo hace de falta una revista cultural nacional!) ella dijo: “aún ahora, al escribir por primera vez la frase “mi ciclo menstrual”, me sobrecoge el pudor; me siento a la vez obscena y cursi”.
Quizás algunos recuerden “Sin preservativos ni pío”, el comercial de los años 90 en el que dos pollos daban rodeos para pedir condones en una droguería. Algo similar le pasa a algunos hombres (excepto quizás a los que tienen hijas) con los tampones, toallas higiénicas, copas menstruales y calzones absorbentes: de esas compras nos encargamos nosotras porque sobre esos temas ellos prefieren ubicarse en la franja de los que no saben/no responden. Otros se limitan a advertir: “ni le hable que está regluda”.
La cuestión es que sí hay que hablar sobre la menstruación real y no la de sangre azul que muestran los comerciales de televisión, al menos por dos razones: porque los cólicos y dolores de cabeza en los días de sangrado pueden ser incapacitantes, aunque muchas mujeres prefieran aguantar para evitar la vergüenza de explicarle al profesor o al jefe lo que les sucede; pero además porque la menstruación no es una enfermedad sino un ciclo natural que acarrea costos que algunas mujeres no pueden sufragar.
Según el Dane en junio de este año el 14,8% de las mujeres colombianas tuvo barreras económicas para acceder a higiene menstrual y el 1,4%, es decir 82.000 mujeres, tuvo que usar trapos, ropa vieja, calcetines, papel higiénico, o servilletas a falta de toallas higiénicas. Hace 5 años Unicef realizó un estudio en escuelas colombianas y encontró que “el 40% de las adolescentes dice que cuando están menstruando disminuye su concentración, mientras que el 38.8 % prefiere no pasar al tablero por incomodidad o temor a que exista algún manchado”. El mismo temor persiste en la universidad y la vida laboral. Sara Jaramillo Klinkert lo describe bien en su novela «Donde cantan las ballenas»: “Pocos temas generan tanta solidaridad entre las mujeres como el de una mancha roja en el lugar equivocado”.
Por eso me parece magnífica la noticia del subsidio menstrual de Confama, que ojalá se extienda a otras cajas de compensación familiar. Consiste en $180.000 anuales para que adolescentes entre 12 y 18 años compren productos de higiene menstrual de acuerdo con sus preferencias. Me parece esperanzadora la ayuda concreta para las beneficiarias, pero aún más el diálogo público que propicia.
La conversación sobre este tema debería servir para asuntos que van desde políticas públicas con perspectiva de género hasta la oportunidad de derribar mitos y miedos que todavía existen: durante el período no se puede cortar el pelo, ni meterse a una piscina, ni tener relaciones sexuales, ni hacer deporte… con los tampones se pierde la virginidad, y otra cantidad de leyendas llenan la falta información. No se habla ni de la menstruación, ni de la menopausia, ni de “tuve un accidente y necesito ir a cambiarme de ropa”. Entre mujeres hay comprensión, pero las relaciones laborales y académicas involucran a los hombres y con ellos este sigue siendo un tabú inabordable .
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