Adriana Villegas Botero


Ante una situación límite, hay gente que renuncia al cargo y hay gente que se atornilla.
En un país con alto desempleo y subempleo, renunciar es un lujo que muchas personas no se pueden permitir. La dignidad no sirve para pagar el mercado, el arriendo ni las facturas. Por eso, cuando hablo de situaciones límite y renuncias, no me refiero a heroísmos de la clase media sino a las acciones que se esperarían en dirigentes y funcionarios de alto rango, expertos en pasar de agache o en dar explicaciones salpicadas de confusa jerga jurídica.
En otros países los funcionarios públicos renuncian por cuestionamientos menos graves que los de los bonos del agua del ministro Carrasquilla; los escándalos de Corficolombiana y Odebrecht que involucran a Néstor Humberto Martínez, el debilitamiento administrativo al que están sometiendo al cable aéreo, la contratación a dedo en Cultura y Turismo, los sobrecostos en las inservibles terrazas de la calle 55 o las puertas giratorias entre las campañas y las administraciones públicas, por citar solo algunos ejemplos.
Digo mejor: en otros países los funcionarios públicos renuncian. Acá, cuando estamos de buenas, piden que les nombren un ad hoc. ¡Un ad hoc! ¿Se imaginan que a uno le paguen su sueldo, la embarre en materia grave y en vez de renunciar o ser despedido le pida al jefe que contrate y le pague a otra persona para que haga la tarea que uno no pudo hacer? Eso, por supuesto, solo pasa en el Estado, que vive de nuestros impuestos. El subpresidente Duque anda repitiendo que tiene que subirnos los impuestos, y que pagaremos IVA por el arroz y los libros, porque estamos desfinanciados. Pero claro, cómo no vamos a estar desfinanciados si el Estado paga funcionarios ad hoc o paseos al Vaticano en comitivas enormes que incluyen a la suegra del presidente y a Julito el de la W. Duque armó el viaje y luego firmó un decreto de austeridad, porque el que peca y reza empata. En fin.
Volvamos a las renuncias inexistentes. Si los funcionarios no renuncian es porque los ciudadanos los dejamos, y luego volvemos a votar por los mismos. Me dirán que el fiscal lleva dos semanas en el ojo del huracán y que tiene mucha presión encima. Sí y no: es protagonista de las noticias, pero ha tenido suficiente espacio para explicar por qué a su juicio no cometió ningún delito. Lo explica él, que es la cabeza del ente que investiga los delitos en este país.
Creo que ahí, en la discusión sobre los delitos, está el meollo del asunto. El gran triunfo de los deshonestos en Colombia consiste en reducir el tema de la corrupción a un asunto de legalidad. Así, amparados en la presunción de inocencia, nadie renuncia hasta que le prueben que cometió un delito, y el debate se limita a revisar si la conducta del funcionario está tipificada o no, si existen pruebas o no, si la conversación que se filtra fue editada, si el contrato que a todas luces fue hecho a la medida del contratista cumple o no con los requisitos de forma.
El cuestionamiento público sobre la idoneidad, la probidad, la ética y la transparencia de los funcionarios se restringe entonces a discutir incisos. El registro mediático sobre la corrupción se diluye en disquisiciones sobre si hubo o no celebración indebida de contratos, concusión, cohecho o falsedad en documento público. Así, el funcionario cuestionado se atrinchera explicando que lo que hizo no está prohibido, que en ningún código hay un artículo que tipifique de manera expresa su conducta, que ningún juez lo ha condenado y que en todo caso se tiene derecho al debido proceso.
Por supuesto que nadie puede ser encarcelado, multado o destituido sin haber sido vencido en un proceso. Pero el ámbito de la ética es mucho más amplio que el de la legalidad y cuando hay cuestionamientos éticos sobre el manejo de asuntos públicos sería deseable para la sociedad que estos presuntos inocentes se defendieran sin recibir salario del Estado y sin estar ejerciendo altos cargos de poder. El daño que le hacen a la credibilidad institucional es enorme.
Ellos son presuntos inocentes. En cuanto a mí, soy inocente sin presunción: peco de ingenuidad por anhelar algo de corrección, decencia, respeto y ética de estos personajes.
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