A diferencia de las ferias del libro, en donde con frecuencia se habla del boom de las escritoras, en los géneros periodísticos aún está lejos el boom de las columnistas: en Colombia la opinión sigue siendo un territorio masculino en el que por cada mujer columnista hay cuatro hombres con espacio para opinar. Esa marginalidad contrasta con las facultades de comunicación y las salas de redacción, en donde las mujeres son mayoría, aunque su presencia en los cargos de poder sigue siendo novedad (y por eso vale la pena recordar que El País, El Colombiano, La Opinión, Vanguardia, El Heraldo, La Silla Vacía, Semana, RCN Radio y Cuestión Pública tienen mujeres en la dirección).
El Panel de Opinión de Cifras y Conceptos reveló que entre los 25 columnistas más leídos de Colombia solo hay 7 mujeres: María Jimena Duzán, María Isabel Rueda, Salud Hernández, Vicky Dávila, Cecilia Orozco, Piedad Bonnett y Laura Gil. Entre los 22 caricaturistas más reconocidos solo aparece una mujer, Consuelo Lago, y entre los 25 tuiteros más recordados sólo hay cuatro mujeres: Margarita Rosa de Francisco, María Paulina Baena (La Pulla), Cecilia López y Carolina Sanín.
En 2020 Ana Cristina Restrepo ganó el premio del Círculo de Periodistas de Bogotá por una columna magnífica, pero su reconocimiento fue una excepción. El Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar que recibí esta semana se entrega desde 1976 y en 46 años solo ha premiado la opinión en prensa de otras siete mujeres: María Isabel Rueda (1979, 1984 y 1985), María Teresa Herrán (1981), Silvia Galvis (1987), Clara Zawadski (1994), Florence Thomas (2005), Yolanda Reyes (2009) y Cecilia Orozco Tascón (2010). En las demás ediciones han ganado hombres que, salvo muy contadas excepciones, publican en Bogotá.
Este panorama gris no es exclusivo de la prensa: según Cifras y Conceptos el 76% de los panelistas de los espacios de opinión de radio, web y televisión son hombres; en su mayoría políticos y abogados heterosexuales blancos que viven en la capital.
¿Le ha pasado que se daña un parlante del equipo de sonido y entonces el audio solo sale por un lado? Al principio se oye mal, distorsionado, pero al rato uno se acostumbra. Lo mismo ocurre si la conversación pública se construye sin mujeres ni voces regionales ni minorías étnicas ni de género: está incompleta, pero parece normal.
Esto me genera dos interrogantes: el primero es si los medios sí buscan mujeres para sus espacios de opinión. Buscar significa llamarlas, invitarlas, hacerles propuestas y no simplemente esperar que aparezcan. Dirán que lo importante es la calidad del texto y no el sexo del autor, y estaría de acuerdo si no fuera por la cantidad de artículos insulsos, lagartos o mal escritos que logran cupo en la prensa. El segundo es si las audiencias notan este desbalance y hacen esfuerzos para compensar el desequilibrio: si deliberadamente incluyen autoras y variedad de enfoques en sus lecturas habituales. En varios de los departamentos no aparece ni una mujer entre los 10 columnistas más leídos.
María Carolina Giraldo, quien escribió en La Patria con gran acierto, explica: “Es muy difícil para una mujer que no está en el periodismo, que además tiene obligaciones de la economía del cuidado, comprometerse en la redacción de una columna, que tiene mucho trabajo, y que además es un oficio no remunerado (…) Es complejo pero los hombres, en general, tienen más tiempo, más confianza para dar su opinión y más libertad para hacer juicios fáciles o simples. Las mujeres tenemos la obligación de probar nuestra inteligencia, los hombres tienen esa presunción”. A esto se suma el costo de opinar: diversos estudios demuestran que la descalificación hacia las mujeres no suele ser argumentativa, sino física o personal.
Aprovecho el cuarto de hora para dejar constancia de lo sola que estoy en estas páginas de opinión. Salvo en El Espectador, en los medios hay escasez de voces femeninas, diversas y plurales, que sumen al debate público con temas generales y no solo con opiniones profesionales de su experticia: que aporten visiones sobre el poder, la vida cotidiana, la cultura, el cuerpo o la ciudad, y que ayuden a reivindicar que lo íntimo también es político.
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