Esta semana recibí la propuesta que no falla antes de cualquier elección. Cambia el interlocutor, varía el partido, pero la escena es la misma: un desconocido consigue mi teléfono, me llama, se presenta y me ofrece ser candidata. Esta vez la invitación fue para la Cámara de Representantes, a mí que ni siquiera me candidatizo al consejo de administración de mi apartamento.
Habrá quien diga que es un honor recibir una llamada así. Me parece una propuesta indecente e intentaré explicar por qué.
He escrito varias columnas sobre la baja participación de mujeres en política. En Caldas tenemos muy pocas alcaldesas y diputadas, no hay senadoras ni representantes, y esta semana nos quedamos sin mujeres en el Concejo de Manizales. Ocurre en otras zonas del país, pero acá el panorama es particularmente excluyente.
Esto, sin embargo, no puede leerse como un desinterés de las mujeres por el mundo político. Quizás sí hay un rechazo a algunas formas hostiles, agresivas o corruptas del quehacer político, pero no a la política en general. Una evidencia es la participación femenina en las Juntas de Acción Local (JAL) y Juntas de Acción Comunal (JAC), que es altísima, aunque en esos espacios también hay brechas: según la Fundación Mujer y Futuro, en las JAC hay “casi paridad de género, pero las mujeres ocupan solamente el 37,7% de los cargos directivos”. A ellas las dan el rol de tesoreras.
Hay barreras para conquistar el poder en las JAL y JAC, pero aún más si estas mujeres intentan dejar el voluntariado y saltar a cargos políticos remunerados: Concejos, Asambleas y Congreso, así como puestos públicos que no son de elección popular y deberían tener criterio técnico, pero son también políticos: secretarías de despacho o gerencias de entidades públicas.
Después de cada elección se publican las cifras de la baja cantidad de mujeres elegidas y estudios que evidencian que mientras los hombres se sienten con capacidades para ejercer trabajos para los que no están calificados, las mujeres se sienten inseguras para lanzarse a cargos para los que sí están preparadas. Luego vienen las declaraciones solemnes… y ahí se quedan. Como dice una amiga, cuando anuncian “tenemos que abrirle espacio a las mujeres” no ven que el número de curules o cargos no varía y entonces el espacio a abrir es el que ellos históricamente han ocupado: abrirlos implica hacerse a un lado.
En el campeonato de responsables de la discriminación política por género la medalla de oro es para los partidos: tendrían que diseñar rutas para garantizar el acceso de las mujeres de todos los municipios al ejercicio del liderazgo político y posibilitar el ascenso dentro de la colectividad. En vez de eso, crean comités de género o comisiones de mujeres; encargan del tema a una mujer que convoca a reuniones o talleres a otras mujeres, y al final las decisiones las toman los mismos señores de siempre.
Un partido o movimiento político es una organización que promueve la participación ciudadana, la democracia, y la construcción colectiva de acuerdos desde el disenso, a partir de reglas del juego claras y respetadas por todos. Nada más distante de eso, ni más anacrónico, que un señor que desde Bogotá, con whisky en mano, toma el bolígrafo para anotar y tachar nombres, según sus gustos, odios o amores, y con actitud de dictador decide omnipotente quiénes conforman “su” lista a Senado, Cámara, Concejo o Asamblea.
Como la ley de cuotas obliga incluir mujeres, la lista que arma el “doctor” necesita “bellas damas” que “engalanen con su presencia” la inscripción de los señores. Lo lógico sería que esos renglones los ocuparan las mujeres que el partido preparó desde la JAC, JAL, concejos, asambleas y entes públicos. Pero como no las tienen, o si las tienen no las ven o no les creen, entonces le delegan a cualquier amigo o pariente en Manizales que busque alguna “viejita”: no interesa si tiene propuestas, militancia o experiencia política. Lo importante es que sea de “sexo femenino” y por lo tanto útil cumplir la ley de cuotas.
Ante esas propuestas indecentes respondo “no” y tampoco digo “gracias”.
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