Adriana Villegas Botero


De la época remota en la que veía reinados en televisión se me quedó grabado (vaya uno a saber por qué la memoria almacena ciertos datos inútiles) que las reinas tenían prohibido hablar de sexo, política y religión. Podían opinar sobre peinados y vestidos, o responder si en un incendio salvarían un perro o una obra de arte, pero ante preguntas de sexo, política y religión guardaban silencio para evitar polémicas. Si acaso, podían sonreír.
Como por fortuna no soy reina, entonces puedo hablar de lo que quiera. Hoy lo haré sobre religión.
En La condición humana la filósofa alemana Hannah Arendt plantea una división entre la esfera pública y la esfera privada, útil para entender el lugar en el que transcurren las distintas acciones humanas a lo largo de la historia. El libro, escrito en 1958, advierte el auge de un espacio intermedio, que denomina esfera social -mucho antes del surgimiento de las redes sociales, en donde lo privado se vuelve público-, y de un ámbito íntimo, casi secreto.
Históricamente el sexo ha hecho parte de la esfera íntima y la política de la esfera pública. En cuanto a la religión, Arendt plantea una dualidad, pues la virtud y la bondad en las religiones cristianas deben ser casi íntimas, porque está mal hacer alarde de ellas (que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda), pero algunas acciones de las iglesias se involucran en la vida pública y estos asuntos seculares, dice citando a Maquiavelo, son “la razón por la que la Iglesia tiene una corruptora influencia en la política”.
La religión no suele ser tema de diálogo público, básicamente porque debería ser un asunto casi secreto: cada quien es libre de creer, dudar o no creer en lo que a bien tenga, y nadie debería ser molestado por eso ni tendría que darle explicaciones a otros. Sin embargo, ese tema íntimo se vuelve de interés público cuando se mezcla con la política e incide en la agenda de todos: desde vetar candidatos por ser ateos, homosexuales o divorciados, hasta restringir libertades individuales en aras de proteger la familia, de acuerdo con la visión particular que una religión puntual tiene sobre ella. Y eso por no mencionar las exenciones tributarias a las iglesias o las oficinas públicas dedicadas a diseñar políticas públicas sobre asuntos religiosos.
Esta semana estuvo en Bogotá, Medellín y Cartagena Richard Dawkins, quien debatió sobre fe, ciencia y religión con Gerardo Remolina, exrector de la Javeriana. En las tres charlas hubo auditorios llenos, pese al costo de las boletas, y además tuvieron repercusión en los medios de comunicación, terreno árido para debates de corte académico.
Dawkins es un biólogo y etólogo británico. Fue profesor en las universidades de Oxford y Berkeley. En 1976 publicó El gen egoísta y en 1982 El fenotipo extendido, obras que lo ratificaron como el científico evolucionista más importante de los últimos tiempos. En dichos libros expone sus tesis sobre la evolución de las especies a partir de la obra de Charles Darwin. Dawkins podría haber mantenido sus resultados de investigación confinados al mundo académico, pero en 2002 dio una charla TED, en la que invitó al activismo ateísta y en 2006 publicó El espejismo de dios, en el que explica por qué dios es un mito que afecta el desarrollo científico.
Decir “activismo ateísta” parece un contrasentido: los ateos no se congregan, no tienen jerarcas o voceros, no quieren ser evangelizados y en la misma medida no deberían buscar convencer a otros de su convicción individual. Pero en un mundo en el que la religiosidad incide en decisiones públicas es interesante que los ateos puedan salir del clóset: que sus opciones sean visibles y tenidas en cuenta en estados que se definen como laicos.
Entre los ecos de la visita de Dawkins destaco dos magníficas columnas de opinión. Una de Piedad Bonnett en El Espectador, quien el pasado domingo invitó a “derrumbar la idea anacrónica de que ateísmo y perversión son la misma cosa”, y otra de Ana Cristina Restrepo Jiménez, en El Colombiano, en donde este miércoles reivindicó la importancia de educar a los niños en “la discusión racional, el escepticismo, la duda terca”, y no en dogmas de fe.
De acuerdo con la encuesta de Polimétrica revelada esta semana, el 97% de los colombianos cree en un dios, el 74% se define católico, el 60% no cree que el universo se originó en una gran explosión o Big Bang y el 48% no cree en la teoría de la evolución de las especies. Yo, que en materia política y religiosa suelo ser minoría, confío en que en las próximas elecciones se respete el estado laico: que la política sea asunto público y la religión asunto privado.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015