Este martes vi en La Patria el aviso que invitaba a las exequias del doctor Gilberto Echeverri Mejía y mi primera reacción fue pensar: “descansó este señor”. Lo digo con respeto por su viuda, su hijo, sus parientes, colegas y alumnos, quienes deben estar sintiendo el vacío de un ser excepcional.
Lo conocí cuando estaba chiquita, aunque no me acuerdo: fue mi pediatra. Mi papá dice que atendía en un consultorio sencillo en la carrera 22 con calle 28. En una pared había un retablo colorido con la imagen de un niño y un grillo enorme. Mi papá recuerda eso y su amabilidad.
Mi mamá añade que mi tía Gloria lo llamaba desde Planeta Rica a hacerle consultas telefónicas sobre síntomas y enfermedades de sus hijos y él diagnosticaba y recetaba a distancia. La anécdota coincide con la que él mismo me contó cuando lo entrevisté en julio de 2001. Me dijo que atendía gratis los fines de semana a la gente del Km. 41, en donde tenía su finca, y que recibía casi a diario llamadas de mamás que lo buscaban a cualquier hora. Me contó con orgullo que una vez lo llamaron desde Tokio. Así era la telemedicina antes de Internet.
De esa entrevista recuerdo su dignidad y su voz. Yo tenía 26 años, era corresponsal de El Espectador y lo visité por lo que en ese momento era noticia en Manizales. No por sus 35 años de trabajo en el pabellón de recién nacidos del Hospital de Caldas, ni por su labor social como fundador y presidente de la Fundación Recién Nacidos, que atendía anualmente a 4.000 bebés pobres con el lema “por un primer minuto de vida feliz”. Hablamos de su hija Cristina, una licenciada en preescolar, graduada del Santa Inés y profesora en el mismo colegio, que había sido secuestrada tres semanas atrás. Cristina tenía mi edad.
La historia que él me narró fue la siguiente: el sábado 23 de junio de 2001 salió con su esposa Celia y con Cristina para el 41. Su otro hijo, Luis Fernando, había viajado tres meses antes a México para montar su primera exposición de acuarelas. A las 12:30 p.m., antes de llegar a la finca, cuatro hombres armados se subieron a su carro y lo desviaron de la ruta. Después de recorrer un largo trayecto los obligaron a montar unos caballos y tarde en la noche el recorrido continuó a pie. A las 5:30 a.m. del domingo él y su esposa fueron liberados cerca de Bonafont. Cristina alcanzó a decirles “Ánimo, quédense tranquilos” y desapareció con sus captores.
“Yo les pregunté que quiénes eran y por qué nos llevaban, y ellos dijeron que eso no importaba en ese momento”, me contó el Dr. Gilberto en esa entrevista previa a una marcha multitudinaria que recorrió desde El Triángulo hasta la Plaza de Bolívar para repudiar ese y otros secuestros. Por aquellos días Oscar Tulio Lizcano ya iba a cumplir un año de cautiverio.
Antes de esa marcha hubo otra con velas y antorchas en el Km. 41. Después los días pasaron. A veces por las emisoras pedían pruebas de supervivencia. Se dijo que la familia ya había pagado el rescate a intermediarios del frente Oscar William Calvo del EPL y que la Cruz Roja de Pereira estaba lista para colaborar con la liberación.
Pero pasó la Navidad, Año Nuevo, la Feria y nada se supo de ella, hasta que el 14 de febrero de 2002, casi 8 meses después de su secuestro, encontraron su cuerpo en la vereda Versalles, de Quinchía. La habían asesinado más o menos en noviembre.
En “La sombra de mi padre”, Martín Franco Vélez explica que a comienzos de este milenio el temor más grande de cualquier colombiano era terminar secuestrado, y para ello evoca “la historia de un famoso pediatra a quien la guerrilla le había secuestrado la hija y que, luego de pagar dos veces el rescate, había acabado enterándose de que la habían matado”.
¿Para qué escribir esta historia hoy? Para que no se olvide. Para recordar a Cristina Echeverri Pérez, su trabajo con niños, su gusto por la lectura y la música... su alegría. Para recordar que viajar al 41, Irra o La Felisa fue una ruleta rusa hasta hace pocos años y por eso cada triza de paz es valiosa. Y también para guardar la memoria de un hombre bueno que falleció esta semana, aunque cuando conversamos hace 19 años se veía como si ya hubiese empezado a morir.
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