Esta semana la Registraduría mostró el tarjetón de la primera vuelta presidencial, que trae nueve opciones incluyendo el voto en blanco. Aparece Luis Pérez conocido como Luis XV, y pululan las figuras de derecha, desde el nieto de Laureano Gómez hasta los ultraconservadores de Colombia Justa Libres, pasando por el populista Rodolfo Hernández y el uribista Federico Gutiérrez. Datexco reveló que el 66% de los colombianos considera a Federico Gutiérrez el candidato del uribismo y a mí me sorprende que el 34% siga sin darse cuenta. Hasta Óscar Iván Zuluaga entendió que él no era el candidato de la mano firme y el corazón helado, y sacrificó su aspiración para apoyar al nuevo Uribe en cuerpo ajeno versión 2022.
La novedad es que esta vez Uribe no pudo hacer un reality para ungir al nuevo Duque porque se quedó sin audiencia. Su crisis es peor que la del presidente, que carga una desaprobación del 73%. Federico Gutiérrez entiende esta crisis del Centro Democrático y por eso su estrategia es el disimulo. Ese sector jamás votará por Petro, así que no necesita esforzarse por ratificar su adhesión. Sonsacó su fórmula vicepresidencial del centro político porque es ahí donde aspira crecer, y por eso su campaña consiste en desmarcarse de apoyos uribistas y de sus aliados en la Alcaldía de Medellín, como Gustavo Villegas, el buen muchacho al que nombró como secretario y que terminó condenado a 33 meses de prisión por ser el principal colaborador de la Oficina de Envigado, una banda de narcotráfico, sicarios, gota a gota y extorsiones.
Como no voto por la derecha, eso reduce mis opciones a dos: Fajardo y Petro. Alguien dirá que Íngrid Betancourt es de centro. No me parece de centro, izquierda o derecha sino de Europa: en debates y entrevistas ha demostrado una abismal desconexión del país, y además eligió como vicepresidente a un militar retirado, cuando algunos agitan la peligrosa idea de darle participación política a los uniformados.
Hace ocho días escribí que los ataques racistas contra Francia Márquez me motivan a votar por ella, a ver si el clasismo, el racismo y el machismo dejan de ser el centro del poder. Me entusiasma su visión de país, pero me perturba que Gustavo Petro actúe como si solo le interesara complacer a los que ya están convencidos, en vez de intentar atraer al centro indeciso en el que me ubico.
Esta semana se evidenció otra vez lo difícil que le resulta a Petro escuchar voces que le aconsejan prudencia y mesura. David Ghitis, quien escribe en redes sociales mensajes violentos, falsos y estigmatizadores, publicó en RCN una columna crítica sobre la propuesta pensional de Petro. El candidato, en vez de contraargumentar, reaccionó incendiando Twitter, en donde escribió “Neo nazis en RCN”, pese a que la columna no trae ni una frase que amerite ese calificativo. La Fundación para la Libertad de Prensa reconvino a Petro y él, en vez de revisarse, incrementó sus ataques verbales, ya no solo contra Ghitis y RCN sino también contra la Flip.
El episodio es llamativo por varias razones: La primera, la libertad de expresión es un derecho humano fundamental en cualquier democracia y sus límites se tramitan con procedimientos previstos en la ley, como la rectificación, retractación y las denuncias por injuria y calumnia. A las autoridades públicas y a quienes aspiran a cargos de elección popular no les corresponde imponer o sugerir líneas editoriales ni pueden actuar como agitadores de barras bravas, sin medir el peligro de sus señalamientos. Además, cualquier elegido debe trabajar por el bien común de todos, incluyendo a sus críticos, y no solo por su séquito.
Queda Fajardo, pero recuerdo que en 2018 se llevó mi voto y el de otros 4,6 millones a ver ballenas a Nuquí, porque su aséptica visión de la política le impide diseñar alianzas con alguno de los que pasen a segunda vuelta. Ese voto en blanco significó otros cuatro años de uribismo y ahora, si hay segunda vuelta entre Petro y Gutiérrez, podría pasar lo mismo.
Faltan debates y análisis comparativos entre los programas de gobierno. Hay dos meses para decidir.
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