Es difícil determinar cuándo empezó la campaña que hoy termina. Técnicamente el calendario electoral señala que comenzó hace tres meses, cuando los candidatos empezaron a hacer publicidad, pero también podría decirse que empezó hace un año, en el plazo límite de las inhabilidades.
En un país que vive en eterna carrera de relevos entre elecciones nacionales y locales (ya suenan nombres para alcaldes y gobernadores) esta campaña presidencial se ha hecho eterna porque somos muchos los que sentimos que el gobierno de Iván Duque, que resultó peor que el de Andrés Pastrana, ha sido un conteo regresivo bajo el agua. Pero también se ha dilatado porque los hitos que definieron esta elección ocurrieron hace rato: en los paros nacionales de noviembre de 2019 y abril y mayo de 2021 y, más atrás, en la elección presidencial de 2018. Desde esos días se definió el futuro de Sergio Fajardo, Gustavo Petro y el uribismo.
Fajardo es un político honesto, con un programa de gobierno que merecería una suerte distinta. Pero su coherencia y persistencia, que defiende como valores, se le volvieron un lastre político. El país cambió bastante en estos años y Fajardo luce como un candidato modelo 2018 para electores de 2022. Buena parte de los que votamos por él hace cuatro años lo abandonamos en el barco del voto en blanco que lo llevó a ver ballenas antes de la segunda vuelta, y algunos que le guardaron fidelidad se fueron desgranando ante sus tímidas posiciones políticas. Es difícil verlo hoy como un candidato de oposición cuando durante estos cuatro años la fuerza de su voz crítica tuvo una contundencia más cercana a los 720.000 votos que sacó en marzo pasado que a los más de 4,6 millones que obtuvo en 2018.
2018 también definió el futuro del uribismo. El país eligió a Iván Duque, un funcionario cuasidesconocido hasta que se convirtió en “el que dijo Uribe”, y aunque ganó las elecciones ese triunfo fue el comienzo del fin del uribismo. Los uribistas pura sangre detestan a Duque por blando y tibio, y el 73% de la gente lo desaprueba por inepto, indolente y desconectado: será difícil encontrar otro presidente que se autoentreviste solo y en inglés. Estas elecciones llegaron en un momento en el que la justicia dijo que sí hay razones para llamar a juicio a Álvaro Uribe por fraude procesal y manipulación de testigos; la inflación desatada ya se comió el alza del salario mínimo, y las movilizaciones ciudadanas de 2019 y 2021 despertaron un ansia de cambio que no concuerda con Federico Gutiérrez, el que dijeron Uribe, Duque, el clan Char y por quien declinó Oscar Iván Zuluaga. Fico promete ajustes rodeado por los mismos que han gobernado los últimos 20 años, o 200 según se mire.
Así como hace cuatro años el uribismo ganó y empezó a perder, Petro perdió y empezó a ganar: logró 8 millones de votos, el mayor registro de un candidato de izquierda en Colombia, y se convirtió en senador de la oposición, un rol en el que hasta ahora ha brillado más que en el ejecutivo. Desde el Congreso lideró duros debates de control político y durante el paro nacional se convirtió en la figura que supo transformar en esperanza de cambio la rabia y la indignación que enormes sectores sociales sienten hacia las élites excluyentes. Desde esos días Petro puntea todas las encuestas, y también desde entonces hay explicaciones dirigidas a tranquilizar paranoicos: “Petro ya alcanzó su techo” repiten analistas, en una predicción que no resiste hasta la siguiente encuesta, en la que aparece aún más arriba.
Es tanto el anhelo de cambio que alcanza incluso para otro candidato. Las encuestas dicen que ha crecido la opción de la gran incógnita que es el ingeniero de TikTok Rodolfo Hernández, quien tiene un discurso de cárcel para los corruptos, aunque él mismo tenga investigaciones por corrupción.
Hoy termina esta campaña de primera vuelta y en tres semanas se vota la segunda. Así como los resultados de hoy empezaron a cultivarse desde hace cuatro años, me pregunto qué panorama político estaremos sembrando para cosechar en 2026. Por lo pronto, como dicen en «Lo que el viento se llevó»: “mañana será otro día”.
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