He ido varias veces a la retreta del Parque Ernesto Gutiérrez Arango. Me gusta el plan de salir a caminar el domingo por la ciclovía y rematar el recorrido en el Parque Caldas, escuchando a los músicos de la Banda Municipal en su presentación habitual de las 11:30 a.m.
El público es variado: un vendedor de algodón de azúcar, una ciclista con casco, familias que salen de misa, niños acompañados de sus abuelos y, sobre todo, muchos jubilados. Me gusta ese plan aunque este domingo tampoco se pueda hacer. La pandemia nos quitó esa posibilidad. Hay pico de contagios, hay que mantener el distanciamiento y hay que evitar salir a la calle, dicen. Yo observo aviones llenos de pasajeros, largas filas en los bancos, colas para reclamar medicinas y para entrar a algunos restaurantes. Veo ríos de gente por la carrera 23 y en redes sociales abundan los videos de fiestas masivas sin tapabocas ni dos metros de distancia. Sin embargo, los colegios, el teatro y los conciertos siguen con severas restricciones para la presencialidad, así se trate de programas urgentes para la salud mental, que se pueden ofrecer al aire libre, en espacios amplios y abiertos.
Claro que si no hubiera covid tampoco es seguro que este domingo hubiera retreta. La Banda Municipal de Manizales nació hace 30 años, pero su funcionamiento ha sido intermitente e incierto. Recuerdo una de hace dos años en la que los músicos salieron vestidos de negro y permanecieron varios minutos en silencio con carteles escritos a mano que decían”Menos cemento más cultura”, “Mi sueldo no es un subsidio”, “Mi arte, mi música, mi sueldo”. Protestaban por la falta de contratos y retrasos en los pagos. Luego tocaron la marcha fúnebre de Chopin.
Carlos Arturo Marín Grisales sabía interpretar el piano, la flauta, el tiple y además cantaba. Después de haber ganado numerosos reconocimientos con el dueto Estirpe y Canción asumió la dirección de la Banda Municipal en donde, fiel a su vocación de profesor, persistió en la continuidad de la retreta como un espacio no solo para los músicos sino también para la formación de públicos que cada ocho días podían seguir con un programa de mano la interpretación en vivo de piezas de bambuco, pasillo, jazz, pasodoble, cumbia, o música clásica.
Busco en Google “Carlos Arturo Marín Grisales” y encuentro un proyecto suyo, de 16 páginas, presentado al Departamento Nacional de Planeación en diciembre de 2013. A continuación transcribo lo que el maestro diligenció:
“Problema central: Necesidad de una Banda de Música estable, que pueda acompañar los múltiples eventos de ciudad y brindar los espacios de recreación musical y formación de músicos.
Descripción de la situación existente: En la ciudad de Manizales hay pocos espacios para la recreación musical en vivo, igualmente tampoco existen espacios para que los jóvenes egresados del programa departamental de bandas de música continúen su formación musical, ya que tampoco existe una banda sinfónica departamental y tampoco existe una banda sinfónica nacional.
Efectos generados por el problema: población con escasos espacios culturales, especialmente en música para su formación y sano disfrute. Jóvenes músicos que deben seguir otras profesiones al no tener espacios para ejercer la profesión musical.
Descripción de la alternativa: Un pueblo o una ciudad sin Banda es como un pueblo sin alma. Es ya tradicional en Manizales realizar la Retreta Dominical (concierto al aire libre), tradición que infortunadamente se ha venido perdiendo en el país y en América Latina. Perder esta tradición, sería ir en retroceso cultural y quitándole espacios ya ganados al sano esparcimiento y recreación musical en vivo”.
De acuerdo con el documento, la banda beneficia a todos los habitantes de Manizales, realiza 80 presentaciones anuales y forma musicalmente a 37 instrumentistas, con proyección a 45 (si se convierte en Banda Sinfónica a mediano plazo) y a unos 40 más como invitados especiales.
En estos días abundan los obituarios y reconocimientos al legado del maestro Carlos Arturo Marín, quien falleció hace una semana. Un justo homenaje sería garantizar la estabilidad laboral de los músicos de la Banda Municipal, la Orquesta Sinfónica de Caldas y otras agrupaciones musicales que dependen de recursos públicos que con frecuencia se administran con exóticos criterios. Basta oír a los responsables de la política pública de cultura vanagloriándose por publicar libros en los que se ahorran los costos de un editor (aunque se note en la calidad) y por los que los escritores reciben únicamente las gracias como honorarios por derechos de autor. O ni eso.
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