Estoy en un Déjà vu. En 2014 mi candidata Clara López se quemó en primera vuelta y para la segunda quedaron Óscar Iván Zuluaga y Juan Manuel Santos.

Como el uribismo ganó, emprendió una fuerte campaña para invitar a los votantes de Peñalosa, Clara y Marta Lucía Ramírez a votar en blanco. Su estrategia consistía en lograr que Santos no sumara los votos que le faltaban para alcanzar a Zuluaga. Si ese plan hubiera funcionado OIZ estaría terminando su mandato.

Pocos candidatos más impopulares que Santos. Los epítetos iban de enmermelado a guerrillero. No era fácil mover a su favor a quienes quedaron sin aspirante para la segunda vuelta, entre otras cosas porque lo más simple era no untarse: lavarse las manos como Pilatos y votar en blanco aduciendo que es un voto protesta, aunque ese descontento no tenga rostro ni vocero, ni forma de concretarse.

Otros empezaron a invitar a “votar con tapabocas”, expresión que alude a esa dificultad de apoyar a un candidato que quizás huele mal, pero es preferible a otro que huele peor. No creo que fuera un voto contra el uribismo. Era sobre todo un voto a favor de un modelo de Estado y una posición frente al proceso de paz más afín a la concepción que tenía el candidato por el que uno había votado en primera vuelta y no pasó a la segunda.

Hace cuatro años voté pensando en la paz, el Estado laico, la política antidrogas y la garantía de libertades individuales. No fue un voto por Santos o contra OIZ, sino por una concepción de lo público distinta de otra.

Por idénticas razones, y también por la lucha anticorrupción, en 15 días votaré por Petro y sobre todo por su vice, la caldense Ángela Robledo: ¡Qué gran mujer!