Contra toda probabilidad, hay gente que no tiene ni la menor idea de hacer una fila.
Digo “contra toda probabilidad” porque las filas hacen parte del ADN nacional. En un país en el que tanta gente desconfía de internet, hacer filas es el plan diario de muchos: cola en el banco, el cajero, para pagar la factura, pedir una cita médica, reclamar medicinas, cancelar la televisión por cable (para eso son varias filas), cambiar el plan del celular, actualizar el Rut... Hay gente que trabaja en filas: madrugan por un buen puesto para venderlo después, como pasa en Colpensiones.
Desde el jardín enseñan a “hacer la filita” (los diminutivos también son parte del ADN criollo) y ese aprendizaje incluye las dos instrucciones elementales: tomar distancia y respetar el turno.
Algunos no aprenden esos mínimos: al niño que está en la fila para comprar en la tienda del colegio se le cuela un grande que por su estatura, fuerza o sobradez siente que él no tiene que esperar. Cuando al niño pequeño se le agota el recreo intentando comprar, la mamá se pregunta ¿y dónde estaría el rector, que no pudo frenar al grandulón?
En la época prepandémica los conciertos, el teatro y el fútbol eran lugares frecuentes para esos especímenes: usted llegaba temprano a hacer su fila y de pronto aparecía alguien a quien hace rato no veía... dudaba del nombre de la persona, pero eso no importaba: el personaje se acercaba, saludaba, cómo estás, cómo te ha ido, te presento a mi pareja, qué has hecho, qué más de tu vida, tiempos sin verte... y cuando menos pensaba ya estaban colados en la fila. A veces delante de usted. A veces con un combo de amigos que llegó después.
Da pena ajena, pero el que tiene la desfachatez de colarse no padece ese desasosiego y, al contrario, se justifica: “siquiera te vi”, “más bobo si no aprovecho”, “a papaya partida...”, “el vivo vive del bobo”, “yo si soy muy de buenas”, “me lo merezco porque es que... si te contara...” o “yo no me estaba colando... todo es un malentendido”.
Respetar una fila no tiene relación con el nivel educativo o el estrato. Tiene que ver con la formación ética: con el respeto que cada cual tiene por los derechos de los demás. Y ese respeto importa porque las sociedades se cohesionan desde la confianza. Sin confianza reina la barbarie. Tres días después del terremoto de Armenia unos cuantos rompieron las filas para recibir donaciones y en cuestión de minutos hubo un caos extendido con saqueos y vandalismo. Una fila es un mecanismo civilizado para evitar el desorden. Si la confianza se mina crece la tentación para que cada cual busque a la fuerza el primer lugar.
En Colombia hay una fila de 35 millones de personas esperando la vacuna. La fila va lenta, paquidérmica y eso es grave, porque incluso hoy que no hay “pico” se sigue muriendo la gente por Cóvid-19: más de 150 por día. Amigos más jóvenes que yo, que viven en otros países, ya tienen sus dos dosis, mientras que aquí ni siquiera hay fecha cercana para la vacuna de mis papás. Pero más grave que la lentitud es que se desbarate el orden de los turnos: que la gente empiece a colarse, a “palanquear” un mejor puesto y que las relaciones personales del tipo “es el esposo de la doctora”, “fue asesor del jefe” o “nos dijeron que había que anotarlo” se impongan sobre criterios científicos para determinar quiénes se vacunan primero, por su edad o riesgo en su labor.
Estamos en la fase 1, en la que se pueden vacunar únicamente los mayores de 80 y las personas del sector salud con contacto directo con pacientes con Cóvid. Únicamente significa eso: “únicamente”. Esta semana la Corporación Cívica de Caldas alertó sobre al menos 19 colados en la vacunación del Hospital Santa Sofía, es decir: 19 personas que creyeron o entendieron o asumieron que el “únicamente” no los cobija: “yo si soy muy de buenas”, “me lo merezco porque es que... si te contara...”.
Los funcionarios que aprovechan su cargo o nivel de acceso para colarse o colar a otros en la fila de las vacunas son algo más que bravucones de colegio: son irresponsables que dinamitan la confianza colectiva que necesitamos para este proceso que salva vidas. El tráfico de influencias es un delito, y esperaría uno que la Fiscalía y demás ías actúen y aclaren con rapidez.
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