En la sección “Hace 80 años” de La Patria leí: “Porfirio Barba Jacob murió ayer en Méjico”. Tenía 59 años, estaba enfermo y el deceso se produjo ”en su humilde departamento del centro” a las 3:10 a.m. del 14 de enero de 1942. Leí y pensé que toda su obra pasará a dominio público y podrá ser editada por cualquiera, porque según las normas de derechos de autor las regalías por obras literarias son de los herederos hasta 80 años después de que el escritor fallezca.
Eso deduje el sábado sobre Barba Jacob y lo volví a pensar el domingo sobre Gabo. Leí “Una hija, el secreto mejor guardado de Gabriel García Márquez”, un texto de Gustavo Tatis Guerra, y pensé que las regalías de los libros del Nobel hasta el 2094, más la monumental herencia, se dividirán entre tres porque además de sus hijos conocidos hasta hoy, Gonzalo y Rodrigo, hay que incluir a Indira Cato, la hija mexicana.
El artículo, sin embargo, no menciona nada de esto. Dice que “García Márquez, siempre estuvo pendiente de su hija hasta el final. Le dio una casa en una zona muy bonita y un coche”.
Habrá quien piense que si García Márquez tuvo una hija que no reconoció jurídicamente, con una exalumna de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, se trata de un asunto familiar y privado. A mí me parece de interés público, porque evidencia los prejuicios de una sociedad patriarcal e hipócrita en la que más de un tercio de los niños crece sin papá, pero esa contundencia estadística contrasta con el estigma social que todavía usa el despectivo término de hijo natural (como si los otros fueran artificiales) y que hasta hace poco negó el acceso a ciertos colegios a los niños que no tuvieran papá y mamá en el registro civil de nacimiento y en la partida de bautismo (se daba por descontado que tenían que estar bautizados).
Así como padecemos de racismo, clasismo y machismo, tenemos otro ismo innominado que consiste en pordebajear los derechos a los hijos extramatrimoniales. La ley ya corrigió esa discriminación, pero a la sociedad le falta mucho para erradicarla, y para eliminar la inmadurez de abordar estas historias como el chisme de la pícara y remota aventura sexual de los padres, olvidando la perspectiva de los hijos, su presente y su futuro.
Cuenta Tatis Guerra que varias personas que sabían de la existencia de la hija duraron más de ocho años buscando la mejor manera de divulgar la historia: de “contarla bien, con mucho respeto desde el principio”… “por respeto a Mercedes Barcha y lealtad a Gabo”. Es decir, por el respeto a la memoria de dos fallecidos y sus dos hijos. ¿Y el respeto a la hija? ¿Y a la madre de la hija? ¿Tenían algo para decir sobre “el secreto mejor guardado de Gabriel García Márquez”? No sabemos porque aunque duraron ocho años buscando cómo contar la historia, es claro que no hablaron con la hija ni con su mamá. “Indira Cato debe tener entre 30 o 32 años”, escribe el autor, como si se tratara de una momia egipcia a la que hubiera que aplicarle carbono 14 para calcularle la edad aproximada, y no de una persona de carne y hueso que está viva y tiene una fecha de nacimiento precisa.
“Mi padre decía que todos tenemos tres vidas: la pública, la privada y la secreta”, escribió Rodrigo García en ese libro entrañable que es “Gabo y Mercedes: una despedida”. La vida secreta de muchos hogares incluye mujeres sin voz, mujeres que se sienten humilladas por aguantar un matrimonio con sucursal, hijos que crecen sin papá, lejos de sus hermanos, y que no reciben apellido ni herencia, mujeres tratadas con condescendencia, hermanos que deciden por las hermanas, pactos de silencio impuestos para guardar apariencias, y hombres y mujeres a quienes todas estas microviolencias cotidianas les parecen naturales: costumbres que integran el patrimonio familiar.
Me encantan los libros de ficción y la fascinación que siento por la obra de García Márquez es indestronable; pero para la vida en sociedad elijo la Constitución como libro de cabecera. Los derechos son conquistas, no son dádivas.
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