En Google hay apenas cinco fotos de María Fabiola Largo Cano y en ninguna sale de cuerpo entero. Son imágenes de un rostro moreno de pelo corto muy negro, ojos rasgados, labios gruesos y pómulos marcados. En una luce un traje rosado y posa mirando de frente a la cámara, pero sin sonreír. De hecho en ninguna foto sonríe, aunque dicen que fue una mujer alegre. En la última, la que publicó La Patria hace 20 años, aparece con los ojos cerrados debajo del titular: “Otra voz indígena apagada”.
Hace un tiempo un editor bogotano al que le propuse una crónica me respondió: “en esta revista somos alérgicos a las efemérides”. Yo en cambio creo que los aniversarios son oportunidades para revivir historias enterradas en el olvido. Si las familias evocan a sus muertos en el día de su cumpleaños o su fallecimiento, y ratifican que las personas viven mientras otros las recuerdan, lo mismo puede hacer la sociedad.
48 años de vida le alcanzaron a Fabiola Largo para dejar honda huella. Para crecer en una familia de 10 hermanos, terminar el bachillerato en el Instituto Cultural Riosucio, casarse, tener tres hijos y trabajar como profesora nocturna en Pueblo Viejo, la vereda en donde nació. Sin embargo no la mataron por eso: los sicarios paramilitares que le dispararon desde una moto el 9 de abril de 2002 lo hicieron porque no soportaban que se dedicara a lo que estaba haciendo justo el día de su muerte: liderar capacitaciones sobre derechos humanos para indígenas de su comunidad.
Fabiola Largo hizo toda la carrera de líder social: fue presidenta de acción comunal, cabildante de Pueblo Viejo, fiscal, asesora del Consejo Regional Indígena de Caldas, Cridec, y en 1997 se convirtió en la primera mujer elegida como gobernadora del Resguardo de Nuestra Señora Candelaria de la Montaña, organización a la que aportó desde distintos roles durante 19 años.
Como gobernadora aprovechó su experiencia docente para promover la “Educación propia”, con maestros indígenas para los niños de su resguardo; concretó la primera etapa del Acueducto Regional de Occidente; propuso crear Embera Salud, una EPS indígena, y se inventó las integraciones comunitarias deportivas, un espacio de paz y gobernabilidad que sirvió como base para la guardia indígena de su territorio.
Luego de su reelección como gobernadora indígena, su comunidad la postuló para la alcaldía de Riosucio. 5.569 personas votaron por ella en octubre de 2000, pero no le alcanzó para ganar. Siguió entonces como si nada, liderando capacitaciones y trabajo comunitario, hasta que la muerte la alcanzó a la hora del almuerzo en la escuela de Sipirra.
En ese entonces no se sabía, pero 2002 fue el año del mayor pico de violencia en Caldas. Una época de noche y niebla, como se titula el informe de derechos humanos del Cinep. Tan solo tres días después del crimen contra Fabiola Largo, sicarios asesinaron en Aranzazu a Hernán Ortiz Parra, vicepresidente de Educal y a José Robeiro Pineda Galeano, de Sintraelecol. Luego se confirmó que ese horror también lo cometió el frente paramilitar Cacique Pipintá, de Ernesto Báez, el mismo que hizo pactos con políticos liberales en la vereda El Tambor de La Merced y que recibió apoyo de las fuerzas armadas para sus acciones violentas.
“El genocidio silencioso del pueblo Embera Chamí de Caldas” es un informe que el Cridec le entregó a la Justicia Especial para la Paz en 2020. Allí denuncian la muerte violenta de 650 indígenas en un período de 40 años, incluyendo 13 masacres entre 1988 y 2008.
Escribo esta historia para contradecirle a Gardel cuando canta que 20 años no es nada. Veo a Francia Márquez y me pregunto qué habría sido Fabiola Largo si los paramilitares la hubieran dejado vivir. El dolor que hace dos décadas desgarró a su comunidad me traslada a Puerto Leguízamo, en donde este 28 de marzo el Ejército mató a 11 personas, incluyendo a Pablo Panduro, gobernador del resguardo kichwa Bajo Remanso. Si cada 9 de abril el país recuerda a Gaitán y el Bogotazo, al menos esta región merece honrar también la memoria de Fabiola Largo y las víctimas del exterminio indígena. El perdón es sanador, pero no puede haber olvido.
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