Adriana Villegas Botero


Yo también tengo miedo. Por supuesto que sí. Me da miedo contagiarme, y más desde que vi que varios muertos por Covid-19 tenían hipotiroidismo; pero me da aún más miedo que se contagien mis papás, mi hija o las personas que hacen parte de mi nutrida red de afectos.
Me dan miedo los velorios y duelos en soledad, incluso por causas extrañas a la pandemia. Soy cobarde, llorona, y me da pánico que el azar me haga pasar por una pérdida, sin la posibilidad de un abrazo.
Pero cuando veo las estadísticas comprendo que la probabilidad de la ruleta del contagio es menor que la del desempleo y de solo imaginarlo me quedo en blanco, con una nata que me impide ver el futuro, como los personajes del “Ensayo sobre la ceguera”, una novela de José Saramago que se menciona mucho por estos días. En la obra hay un personaje que se llama “la mujer del médico”, la única no contagiada, que sí puede ver. La recuerdo y entiendo que el miedo por esta pandemia consiste en que falta la mujer del médico. Acá todos estamos ciegos. Ningún ser humano de esta generación había vivido una experiencia como ésta, que mezcla un virus letal con una recesión económica, y por lo tanto todas las soluciones, construidas con las mejores intenciones, suenan a ensayo y error: se diseñan desde la incertidumbre.
El miedo paraliza. Es una fuerza que impide actuar y pensar con claridad. Lo saben bien quienes han estudiado el impacto sociológico y político que produce: una especie de adormecimiento en el que la gente está más dispuesta a ceder en derechos y libertades y el autoritarismo aprovecha el espacio creado para dar el zarpazo. Es la alerta que han lanzado Yuval Noah Harari y Byung-Chul Han, quienes han advertido que el llamado “éxito” en el control del Covid-19 en algunos países asiáticos va atado a medidas de biovigilancia extrema desde los celulares, que implican renuncias a la privacidad. En estos días de duelos y miedos he recordado a la psicóloga Fanny Bernal, compañera de trabajo y de columna. En un momento difícil ella me enseñó una frase de San Ignacio de Loyola que convertí en mantra y que cae bien hoy: “En tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. Porque claro: con el hambre acosando hay que vencer la parálisis del miedo, pero San Ignacio de Loyola invita a buscar un justo medio: a no tomar decisiones apresuradas que conduzcan a una cadena de errores que causen más daño que la crisis inicial, como narró Gabriel García Márquez en otro cuento que también se ha puesto de moda en esta cuarentena: “Algo muy grave va a pasar en este pueblo”. Hay mañanas en las que, después de una noche de insomnio, me levanto con el ánimo abajo. Yo escucho, apoyo, brindo soporte, acompaño, invento, imagino, converso y río, pero hay días en que somos tan frágiles tan frágiles... Por suerte en jornadas así el milagro de la esperanza aparece. Como me escribió un amigo de Twitter, muchas fragilidades juntas, así sean desde la distancia, nos muestran que no estamos solos y esa compañía se convierte en fortaleza creadora.
Dicen que nadie nos quita lo viajado y lo bailado. En el bagaje acumulado de lo leído, lo estudiado, y en los afectos en la distancia, construyo la trinchera para resistir estos tiempos recios. Porque está claro que esta crisis profunda también pasará, y que para superarla hay que resistir en colectivo. “Resistiré” es una canción de 1988 del Dúo Dinámico, inspirada en una frase de Camilo José Cela, que hizo parte de la banda sonora de “Átame”, de Almodóvar. Ahora varios artistas la convirtieron en un himno que cobra nuevo sentido.
Cantar es otra forma de subir el ánimo, de resistir mientras pasa el temporal.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015