Cada vez que proponen pico y placa me invade una sensación de fracaso. No encuentro otra palabra para denominar esa forma de solucionar los problemas restringiendo las oportunidades de los ciudadanos en vez de potenciarlas. Es una evidencia de la incapacidad de los gobernantes como gestores de lo público, pero también de su falta de imaginación: no puede ser que la única solución para la movilidad sea el pico y placa, que traslada a los particulares la carga de las (in)decisiones públicas.
Como la historia depende de quién la cuente, sobre este tema hay varias versiones. Una es que Manizales se llenó de trancones y eso me suena a provincianismo pintoresco. ¿Trancones aquí? ¿Es posible llamar trancón a un embotellamiento de 5 minutos? Trancones tiene Bogotá, pero veo que acá algunos los anhelan: desean vernos como una ciudad más grande, así sea a los trancazos.
Todos los días atravieso en carro de un extremo al otro de la ciudad, al menos en cuatro recorridos. Cada trayecto me toma entre 18 y 20 minutos, incluyendo los supuestos trancones, y eso que me desvío para atravesar el centro porque llevo a alguien que trabaja allí.
Habrá afanados que opinen que esos 8 kilómetros se podrían cruzar más rápido. Como veo las cosas (la historia depende de quién la cuente) los llamados trancones se generan con decisiones que toman desde la Alcaldía: fue el actual alcalde el que durante el confinamiento por la pandemia decidió pintar una ciclobanda antitécnica en la Avenida Santander que le robó un pedazo de calzada a la principal vía de la ciudad y que hoy poco usan los ciclistas porque es un carril peligroso y porque el sistema de bicicletas públicas opera a medias, cuando funciona. Para quitar el taco bastaría despintar la ciclobanda.
O hablemos del negocio de la Alcaldía con las zonas azules: las calles son espacio público, pero en las nuestras se privatizó una franja de circulación para cobrar por el estacionamiento. Así funciona en ciudades antiquísimas, llenas de edificios centenarios construidos antes de la invención del carro, pero Manizales es una ciudad joven en la que valdría la pena verificar si las construcciones nuevas tienen los parqueaderos que requieren, incluyendo visitantes, o confían en que les pinten una zona azul al pie que complemente con espacio público lo que al inversionista privado le cuesta dinero.
A las decisiones de la administración sobre bicicletas y zonas azules se suma su negligencia. Esta semana le oí al secretario de Movilidad que los trancones se generan que porque la gente parquea en cualquier parte. ¿Qué tienen que ver los mal parqueados con el pico y placa? ¿Buscan que se parqueen mal tres días de la semana en vez de cinco? En la zona del Parque Liborio, que cruzo a diario, los talleres invaden la vía pública como parte integral de su negocio, y ni qué decir de los terminales de busetas y colectivos organizados en plena calle. Lo que falta no es pico y placa sino autoridad. (Y cultura ciudadana de los mismos funcionarios: son frecuentes en redes sociales las fotos de carros oficiales parqueados en los andenes).
Pero la principal desidia es la de no haber avanzado ni un ápice en el sistema integrado de transporte. El alcalde promueve la tercera línea del cable aéreo (aunque las cuentas no den) pero nada ejecuta sobre un sistema que articule distintas modalidades de transporte público, con calidad, eficiencia y bajo costo para el usuario. El desestímulo al carro particular sólo funciona si la opción de transporte público es mejor.
El otro argumento es un chantaje al ciudadano: “el pico y placa se necesita cuando hay obras públicas” equivale a decir “si quiere nuevas vías tiene que bajarse del carro” (¿Vías nuevas para zonas azules?). En cuanto a los defensores de la calidad del aire, vale recordar que ésta empeoró en el último día sin carro porque los grandes contaminantes son los buses y busetas.
Estos son los argumentos que he oído. En contraste, sobre la relación entre la campaña electoral y el enorme beneficio económico que el pico y placa le trae al gremio taxista no se dice ni mu.
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