Se odiaron los seguidores de Bolívar y Santander, los centralistas y federalistas, los militares de las guerras civiles del siglo XIX y los conservadores y liberales que se mataron en la Guerra de los Mil Días, y siguieron en pugna en los violentos años previos a La Violencia. Odiaron los Pájaros a los bandoleros, los del Frente Nacional a los excluidos, y el establecimiento a los sindicalistas y miembros de la Unión Patriótica. Se odiaron el Cartel de Cali y el de Medellín; la guerrilla y los paramilitares; los del «no» a los del «sí»; los uribistas a los santistas; y así hasta la Petrofobia que puso a Petro como pararrayos de la histórica y heredada tradición nacional de odiar al contrario, que se torna delirante cuando el distinto es de izquierda.
La nada argumental de “cualquiera menos Petro” infla a Rodolfo Hernández, candidato investigado por corrupción en la Fiscalía y la Procuraduría, con un programa de gobierno que parece sacado de “El rincón del vago”, y con un lenguaje violento, procaz y misógino que no corregirá porque le fascina al medio país que ve las elecciones como un reality que debe terminar con Petro eliminado por convivencia.
El teflón que tuvo Álvaro Uribe luce minúsculo al lado del populista Hernández: anuncia que decretará conmoción interior para hacer y deshacer mientras la declaran inconstitucional “si se atreven”; que revisará (para rebajar) los salarios de los maestros; que suprimirá embajadas y la pauta oficial en medios; que fusionará MinCultura y MinAmbiente (se alista MinCiencias); que lo mejor para la UIS es cerrarla y vender el lote; que las mujeres trabajamos porque no logramos ser mantenidas por el marido. Pregunta qué es Vichada; dice que el mejor negocio es tener pobres con capacidad de consumo; se ríe contando que lo volvieron multimillonario “hombrecitos” que le pagan hipotecas por 15 años, y sustituye el debate de ideas por vídeos en los que canta «relocos papi relocos», que la gente comparte como si fuera un rapero y no un candidato que patea la democracia. Lo reloco es que millones de pobres, mujeres, periodistas y políticos lo aplaudan unidos en la fe “cualquiera menos Petro”, válida para escoger novio, pero no un proyecto nacional.
Con ese mismo fervor se acomodaron en la rodolfoneta los quemados del uribismo. Fico dijo en campaña que Rodolfo es un “falso mesías en contra de la corrupción” y tiene razón porque propone acabar la robadera de la misma manera en que venden lotes en la luna: diciendo el qué sin explicar el cómo. El “cualquiera menos Petro” nubla la letra no tan menuda de propuestas de Rodolfo contrarias a la derecha que se le arrimó: legalización de la marihuana recreativa, apoyo a la protesta social, rechazo al Esmad, respaldo a la sentencia sobre aborto, diálogos con el ELN, y oposición al fracking y el glifosato, entre otros. La lupa que detalla las propuestas de Petro es ciega ante el proyecto autoritario y superficial de Hernández.
Rehúyo de la política deslactosada, descremada y desideologizada de los “políticos-empresarios” que sólo buscan resultados en Excel. Para ellos es la frase de Groucho Marx: «estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros». En esta segunda vuelta hay alto contraste ideológico entre el cantinflesco ingeniero al que se le chispotea sin querer queriendo, habla y se contradice, y desconoce temas básicos, y el estadista de izquierda que es Petro, preparado intelectualmente para gobernar, al que llaman “guerrillero” aunque hace más de 30 años se desmovilizó y cursó la ruta política institucional de concejal, alcalde y congresista.
Respeto que a muchos no les gusten él o sus propuestas, pero es incoherente que quienes hace una semana gritaban: “ojo con saltar al vacío” promuevan la gran incógnita que es Rodolfo Hernández movidos por el “cualquiera menos Petro”.
Spinoza decía que el odio es una tristeza que se incrementa con un odio recíproco, y que se destruye por el amor. Lamento que seguidores del Pacto Histórico rieguen tanto odio en redes y vallas y que a Petro le falte firmeza para repudiar esos ataques, y a veces los azuce. Quedan dos semanas de campaña para la política del amor. En 2014 también estuve escéptica: fue la última vez que ganamos.
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