En la tarde del lunes 4 de abril Claudia Yepes Upegui estaba en Palestina en compañía de un grupo de vecinos del suroeste antioqueño que fue invitado a conocer el proyecto de Aerocafé. En esas andaba, charlando y tomando fotos, cuando la llamó Nicolás, su hijo menor: “¿Ma, usted sabe dónde está Camilo?”, “Hablamos anoche”, respondió. “Se puso a llorar y me dijo que no aparecía. Sentí dos puñaladas en el corazón”.
Desde ese instante Claudia cuenta su tiempo en días: hoy es el día 85. Ha perdido 6 kilos y ajustó su rutina para seguir trabajando en Jericó con su esposo, en la administración de inmuebles, mientras lucha por el regreso de Camilo. Por las tardes ora en el altar que armó en su casa y a las 8:00 p.m. la familia se conecta en un rosario virtual “por él y tantos desaparecidos de los que nadie dice nada”.
“Si uno se queda quieto, todo se queda quieto”. Por eso recuperó su cuenta en Facebook y abrió Twitter e Instagram. Cada madrugada publica una imagen distinta: una nueva foto de su muchacho, una frase y el número de días sin rastro de Andrés Camilo Peláez Yepes, ingeniero forestal desaparecido en la zona de Hidroituango, donde trabajaba en reforestación.
Claudia tiene 50 años y el 16 de junio conoció San Andrés de Cuerquia. Fueron su esposo, su hijo menor, el papá de Andrés Camilo y varios parientes, para participar en un acto por los desaparecidos, en el que la Gobernación de Antioquia reiteró su recompensa de $30 millones para quien dé información. “Todo el tiempo miraba a ver si alguien me pasaba un papelito o me hacía una seña, si me enviaban cualquier mensaje anónimo. Fui al hotel y al parque en donde lo vieron por última vez, pero es como si nadie supiera nada”.
Andrés Camilo se graduó de 15 años en la Institución Educativa San José, de Jericó, y se fue a Medellín a estudiar ingeniería ambiental en la Universidad Nacional, la misma carrera que hoy estudia su hermano en la Universidad de Antioquia. En quinto semestre se pasó a ingeniería forestal porque quería un contacto más directo con las montañas y el campo. Se graduó al comienzo de la pandemia.
“San Andrés de Cuerquia me pareció chiquito y bonito, rodeado de montañas”. Por esas montañas rondan el Clan del Golfo, Los Pachelly, el ELN y disidencias de las Farc, pero hasta ahora ninguno da razón sobre el paradero del hijo, que es lo único que le importa a Claudia: ella no pregunta quién lo tiene sino dónde está.
“Era un muchacho bueno, hasta ingenuo”, “ya tenía tiquetes porque quería estudiar en Canadá”, “muy sano, si acaso tomaba una cerveza”. Habla de su hijo en pasado, pero asegura que siente que está vivo y retenido. Después llora: “necesito que me lo devuelvan como esté. Si hay que desenterrarlo, que me digan dónde”. Ha hablado con videntes y gente que trabaja con ángeles, que le indican que murió, y otros, con la misma certeza, le afirman que sigue vivo. “No se compara ir al cementerio y hacer el duelo con este suplicio constante, esta incertidumbre sin fin”.
Camilo empezó a trabajar con WSP, contratista de EPM, el pasado 3 de enero, un día antes de cumplir 26 años. En el puente de marzo recorrió las siete horas entre San Andrés de Cuerquia y Jericó, y ultimó con su familia los detalles del viaje a Canadá. Luego se devolvió para trabajar las últimas semanas de su contrato, que terminaba el 5 de mayo.
El domingo 3 de abril fue la última vez que habló con su mamá. “Estaba tranquilo, aunque muy cansado y con hambre”. Colgaron a las 8:54 p.m. Luego charló hasta las 10:00 p.m. con su novia Natali Caro. Se sabe que salió del hotel y dicen que lo vieron con alguien tomando ron hasta tarde, algo que nunca hacía. El transporte de WSP llegó a las 9:00 a.m. a recogerlo, pero Camilo no había regresado al hotel. Pocos días después Claudia recibió en el edificio inteligente de EPM en Medellín dos morrales con la ropa de su hijo, que la empresa retiró esa misma mañana del hotel.
Este martes la Comisión de la Verdad entrega su informe final sobre el conflicto armado en un país que desde 1958 registra más de 100.000 desaparecidos: 100.000 Claudias esperando que alguien dé un dato que permita procesar tanto dolor.
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